El quehacer de los médicos y personal de salud de Cuba en tierras afectadas por Mitch en 1998 y 1999 fue ampliamente reflejado en los medios por avezados comunicadores, de esa forma, comenzaron los envíos sistemáticos de un equipo de la radio, la televisión y la prensa plana, para reportar el altruismo de nuestros médicos en tierras de América Latina, África, Asia, Medio Oriente, y el Caribe.
He aquí la historia contada por su protagonista, a propósito de celebrarse el Día de la Medicina Latinoamericana:
Guatemala en la memoria histórica
Más de diez años transcurrieron ya desde aquella mañana gris y extremadamente fría, cuando la tenue voz de una aeromoza indicaba a los pasajeros el inminente aterrizaje en el aeropuerto “La Aurora”.
Casi enseguida, el susto y el asombro de descender literalmente sobre aquella ciudad, que ahora se nos presentaba entre la niebla y las montañas enormes que la circundan.
El aeródromo de marras se halla hoy casi en el centro de la urbe citadina, capital del país centroamericano al que arribábamos. Cuando se construyó no era así, pero el vertiginoso crecimiento urbano fue acercándose y luego rodeó el lugar en pocos años. Sin saberlo apenas, transcurría así el primero de tantos momentos peligrosos que vendrían después.
Habíamos llegado, a Ciudad Guatemala.
Tal como si hubiera sucedido esta mañana, recuerdo con la claridad del detalle exacto, a la doctora Elia Rosa Lemus, acompañada de un pequeño grupo de muy jóvenes médicos, dándonos la bienvenida.
Junto a ellos, nuestro embajador en tierra guatemalteca, varios técnicos deportivos, y un notable grupo de personas…hombres, mujeres, niños y ancianos portaban carteles hechos a mano, banderas, matracas, pitos, qué se yo…entre ellos resaltaban los vivos colores de los vestidos femeninos, rojos intensos, rojos vino, azules, verdes, violetas…sobresalían aquellos colores en el tejido de las faldas largas, también en las mantas, situadas sobre los hombros como al descuido y convertidas en una suerte de gran bolso donde llevaban a los bebés a la espalda.
Colores, en medio de aquella gris y fría mañana, colores, que con el paso del tiempo aprenderíamos de otra dimensión hasta entonces desconocida, que los mostraba mucho más allá de su tono específico, pues allí identifican estrictamente el departamento, algo así como una región o provincia, al que pertenece quien lo porta…Huehuetenango, El Quiché, Las Verapaces, San Marcos, Quetzaltenango…y esto resulta rigurosamente inviolable.
Lo más importante de todo aquel grupo que exteriorizaba alegría y hospitalidad de cuantas maneras es posible imaginar, fue lo que casi enseguida conocimos.
Allí estaban los humildes familiares, padres, madres, hermanos, y hasta abuelos de los primeros jóvenes guatemaltecos que poco antes habían viajado a Cuba, a propuesta de Fidel, a estudiar para convertirse en médicos. Precisamente las últimas horas en nuestra patria, antes de viajar, las habíamos dedicado a un encuentro de varias horas con los entonces recién llegados a Cuba, ellos nos encargaron mensajes, pequeñas cartas, y hasta papelitos escritos a lápiz, “para cuando se puedan encontrar con los viejos, díganles que estamos bien, con el favor de Dios”…
Nunca olvidaré aquel momento, improvisando una especie de tribuna, en pleno salón del aeropuerto La Aurora, mencionando uno a uno los remitentes de aquellas líneas…las hojitas, los sobres, los paqueticos recibían besos, las apretaban fuerte en aquellos coloridos regazos maternales…era, como si los mismísimos “patojos” hubieran llegado.
Ese día y esa noche transcurrieron rápidamente con los médicos y con Elia Rosa, a la sazón Coordinadora de la Misión Médica Cubana, casi recién llegada a Guatemala, tras la huella devastadora del huracán Mitch, nos fuimos a la bella Ciudad de Antigua, capital primera del país, muy ligada a nuestro José Martí.
Al atardecer, ya de regreso, recorrimos la Plaza frente al Palacio de Gobierno y sostuvimos un encuentro con amigos de Cuba.
Tanto como yo, mi reducido grupo de acompañantes, otros dos periodistas, un fotógrafo, un camarógrafo y dos técnicos, estábamos deseosos de ir al encuentro con aquel puñado de compatriotas, que en los sitios más inimaginablemente difíciles, iban abriendo ya, a fuerza de amor y entrega total, los hermosos caminos de la solidaridad, por donde pronto transitarían también, otros cientos de hermanos, tratando de borrar las huellas de uno, y mil huracanes más, que por aquellas tierras de nuestra América, habían dejado durante años, tanto dolor.
Así, y durante varios meses, por el inmenso privilegio que nos otorgó la Revolución y nuestro Comandante en Jefe Fidel, recorrimos palmo a palmo la geografía guatemalteca…el Petén, Poptun, el triángulo Ichil, Sajaché, Uzpantán…frío intenso, enormes peligros, serpientes venenosas, paludismo, precipicios, montañas, laderas, aldeas, pueblitos, ciudades, hechos heroicos protagonizados por nuestros jóvenes compatriotas, lecciones para no olvidar, que ahora, en estos días, en apretada síntesis, vuelven a nuestra memoria.
Marylín Abella es de Baracoa, integró el primer grupo de médicos cubanos que marchó a Centroamérica hace once años tras las huellas de tristeza y muerte dejadas por el huracán Mitch.
A Marylín la conocí pocas horas después de que un terremoto destruyera la pequeña vivienda donde transcurría su vida, desde su arribo a Puerto Izabal, muy cerca de la costa atlántica guatemalteca. Para llegar a aquella casita, o salir de ella, Marylín transitaba todos los días a través de un estrecho puente de madera sobre un río infectado de caimanes.
En cuanto tuve la oportunidad de conversar con la doctora, supe de sus heroicas acciones, pero que ella calificaba de algo normal, por salvar vidas humildes, a riesgo de la suya, por dar felicidad, por dar la alegría perdida a quienes jamás la tuvieron, seres humanos que padecieron durante años la secuela terrible de otros huracanes de explotación y miseria, peores que cien Mitch juntos.
Esa tarde gris, inolvidable, la doctora cubana Marylín Abella me resumió, en solo unas frases, lo que para ella significaba su labor allí. “Es como volver a graduarme de nuevo…”Entonces nosotros también llevábamos muy poco tiempo en Guatemala, formábamos el primer grupo de la prensa cubana que comenzaba a cumplir con la preclara sugerencia de Fidel para que un grupo de nosotros pudiera acompañar a nuestros compatriotas del sector de la salud en sus misiones internacionalistas.
Los meses siguientes se convertían en realidad con creces, las palabras de la joven doctora Marylín que así, junto a aquel puñado de muy jóvenes compatriotas, algunos casi recién graduados, conocimos la extrema pobreza de Claudia, vendedora de frutas y verduras en Sajaché junto a su madre.
A sus once años, Claudia no conocía qué sería una escuela, y cuando se lo expliqué, me respondió…muy lindo, pero yo, señor, nunca podría ir, pues trabajo todos los días desde la mañana a la noche ¨…Coincidentemente, el mismo día que conocí a aquella niñita, acá en Cuba, mi hija, entonces con la misma edad de la pequeña guatemalteca, comenzaba la enseñanza secundaria, que en Cuba es absolutamente gratuita, como todas las demás enseñanzas.
Jamás olvidaré a Aroldo, niño extremadamente pobre, con nombre idéntico al mío. Oprime el corazón recordarlo con su cajón de limpiabotas al hombro, pero literalmente arrastrándolo por el piso, debido a su muy escasa estatura. Aroldo, huérfano de padre, y con su madre enferma, defendía así, desde la niñez de sus escasos nueve años, el sustento de su familia, incluidos sus tres hermanos menores.
A Aroldo, le compré un refresco enlatado en un kiosco cercano, cuando supe de su obligado ayuno, pues no podía desviar ni un quetzal, por cierto, sucedió algo verdaderamente desgarrador, asustado o incrédulo, Aroldito lo apretaba en su pecho, como defendiéndolo, sin abrirlo. Sencillamente, en un país rodeado de esas mercancías por todas partes, Aroldito nunca tuvo para comprar una.
En Guatemala, una madrugada extremadamente fría, como casi todas en ese país, vi en el pequeño puesto médico de Uzpantán, a un niño que casi moría…convulsionaba, junto a los médicos cubanos, y a sus padres indígenas. Imposible olvidar aquel triste momento, cuando Odalis, la doctora cubana, dijo:…es imprescindible llevarlo para el hospital del Quiché…con la mirada en el suelo, y su voz muy baja, casi susurrando, el padre dijo…déjelo que muera señora doctora, nosotros no tenemos “pisto” ( dinero) para poder pagar.
Pero allí estábamos los cubanos, lo llevamos enseguida al hospital, y nuestros compatriotas lograron salvarlo. Desde entonces, se llamó Fidel aquel niñito indígena.
Once años han pasado…después vinieron otras misiones, otras tareas, en Cuba o fuera de ella, quizás tan importantes y difíciles como la primera, pero, aún así, muchas veces, y nunca suficientes, habrá que volver a las frases de la doctora Marylín Abella y no sólo a sus frases …también a las de Eduardo Alonso, quien en las pacayas del Petén, pura selva, vivía en una choza de hierbas y piso de tierra.
Cuando mirándole a sus ojos le pregunté: ¿cómo puedes vivir así?…me dijo: “estoy bien,… aquí, no hay para más”…y las de Pedro, un médico de Santa Clara. En la pared de la casita de tierra blanca donde lo conocí tenía un rústico trozo de papel, escrito a mano, resumía sus convicciones: “Tengo el privilegio de estar en el mismo lugar donde el Ché Guevara quiso ejercer la medicina…estoy aquí, vine de Santa Clara, la ciudad del Ché”.
Hoy la familia está crecida, y sobre todo, fortalecida. Es privilegio tener también a aquellos patojos vistos por primera vez en el seno de sus familias humildes, y hoy graduados ya, en la escuela latinoamericana de medicina, prestando servicios en los mismos sitios donde nacieron.
Como se difundió en su momento, el Presidente de La República de Guatemala ha hecho entrega a Fidel de La Orden del Quetzal (Gran Collar), máxima condecoración que se entrega en el hermano país.
En estas líneas escritas con premura creo que están también las razones que avalan el reconocimiento hecho a La Revolución Cubana, que inspira y alienta para hacer la obra invencible de nuestro pueblo, en cuyo seno y cuna nacieron nuestros mil veces heroicos internacionalistas, y sobre todo, con inmensa humildad y respeto, a Fidel. Su idea, no solamente se hizo realidad, sino que creció, y se fortaleció.
Por siempre, los pueblos humildes de Cuba y Guatemala andarán unidos por esos caminos difíciles entre montañas y precipicios, por aldeas y poblados indígenas, no importa que sean grises o extremadamente fríos los días, o que asechen las serpientes y los peligros a su paso, multiplicados por miles, estarán aquellos hombres, mujeres, niños, ancianos, que un día inolvidable nos dieron el primer abrazo de hermanos, pero habrá más, muchos más, los niños salvados de la muerte, los “patojitos” que no necesitarán que sus humildes padres lleven ni un quetzal en los bolsillos para ser atendidos por un médico, y los tantos y tantos que a los milenarios nombres indígenas incorporaron otros, y para siempre, porque sus padres adelantándose a la justa imposición oficial estatal guatemalteca, decidieron honrar y agradecer eternamente la vida de sus hijos, poniéndoles el más justo quizá de los nombres conocidos… Fidel.