Mi último adiós a Maruchi

Los periodistas espirituanos le rinden homenaje por tanto amor y entrega a su gran pasión : el periodismo. Escuche el siguiente material en audio realizado por Elsa Ramos Ramírez, de Radio Sancti Spíritus.

 

Palabras Necesarias

Cuando en la mañana de este sábado abrí el buzón de mi celular corporativo, un mensaje paralizó mi existencia. Falleció Maruchi. Unas pocas letras y el rubor me confirmó la sentencia.

Desde la capital desde donde me encontraba por razones de trabajo, traté de lidiar con el dolor y la impotencia. El primero por el pesar de perder a una de mis amigas más cercanas y queridas. Lo segundo por sentirme atrapada en la imposibilidad de volar para darle mi último adiós.

Entonces lloré, tanto como la última vez que la ví sin energías, sin fuerzas, sin vida, atada a una cama donde me susurrró, alguna vez, que estaba esperando la muerte porque le presentía cerca.

Entonces, de manos atadas en la lejanía de la capital, me puse a pensar en la Maruchi que conozco, elucubré que quizás no estarían en su derredor muchos amigos, porque sé que nunca quiso tener tantos, apenas los que escogió o lo que decidieron aceptarla tal como fue, sin dobleces, sin falsos ropajes.

Supe que sus compañeros le organizarían un homenaje y no creí nada más justo, aunque sé que, quizás, si hubiese podido hacerlo, lo hubiera prohibido, tan enemiga que fue de ese tipo de cumplidos.

Sé que entonces nos hubiésemos enredado en otra de las una y mil discusiones que tuvimos y de las que siempre salimos, sencillamente, más amigas, Si así mismo. Mas amigas, que es a fin de cuentas lo que más me queda de esa Maruchi que no todos conocieron y que yo supe advertir desde el día en que no se tomó el único vaso de leche que quedaba en su humildísima casa, para dármelo porque yo estaba embarazada y además en un albergue.

Entonces entendí qué se escondía detrás de aquella mujer rebelde, a veces impertinente, por momentos combustiva, casi siempre terca, sincera, cortante.

Supuse que para el homenaje hurgarían en su vida de mujer infantigable que hizo del periodismo un sacerdocio desde el mismo día en que se inclinó por él, lo amoldó en las aulas de la Universidad de La Habana y llegó hasta el Sancti Spíritus donde se aplatanó durante más de seis décadas como la primera profesional de esa carrera, en la que creyó, aunque siempre debió contar a punta de lápiz las monedas conque le compensó y aunque casi nunca encontrara oídos o recompensas por una entrega a la que no puso condiciones como no fuera trabajar, trabajar y trabajar.

Supuse que el homenaje recorrería su olfato en las páginas del Escambray fundacional, en las cámaras de la televisión en tiempos de telecentros villaclareños, en las oficinas de la Asamblea provincial del Poder Popular, en el tic tac de Radio Reloj a la que regaló sin remuneración varios años de su vida.

O en el dial de Radio Sancti Spíritus y Vitral, sus segundas casas a la que volvió una y otra vez aún cuando recibió más de un portazo desde ellas.

Pero esa fue su elección de vida, por más que quienes le quisimos le rogamos que se acogiera al descanso que su salud precaria le exigía, a sabiendas que terminaría haciendo esa libre y soberana voluntad de estar de pie mientras su voz pudiera contar la historia o la noticia del día.

Supuse todo eso y me uní al homenaje colectivo. Pero a seguidas volví a refugiarme en mi Maruchi, a la que volvería a defender contra todas las banderas porque a ella nunca lograré mirarla sin los sesgos que se mide a una amiga, a un amigo, del que quieres conservar más que sus manchas, su luz.

En la impotencia de la distancia volví a idolatrar a la Maruchi Madre, otro de las sacerdocios en el que fue, sencillamente insuperable, sencillamente excepcional. No solo porque crió sola a su hijo Alexis desde que estaba en pañales sino porque supo hacer de él un hombre de bien.

Tan excesivo e incondicional llegó su amor por Ale, como siempre le dijo, que le escondió sus agonías y dolores por un cáncer que cayó a todos desde hacía mucho tiempo por la gran razón maternal de evitarle dolores a quien fue el mayor de sus amores y su motivo de existencia.

En la impotencia de la distancia y en ese no poder llegar a tiempo, le encargué a un amigo un ramo de flores a mi nombre y una dedicatoria especial y a otro un encargo personal: que no permitiera vejaciones a la memoria de Maruchi en esos cuentos de velorio que suelen en ocasiones como esta.

Solo entonces respiré mejor con ayuda de un calmante y desde el horizonte habanero, volví a ver a la Maruchio de siempre con su radio al oído y sus caminatas a pie, que es como, a fin de cuentas, quiero recordarla.

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