Yuni Moliner: «La mejor obra de mi vida»

Fue viernes el 5 de agosto de 2022 y caluroso, como siempre en ese mes.

Matanzas, ubicada a unos 100 kilómetros de La Habana, Cuba, olía a Carilda, que es la poeta de la intensidad sensual cubana, aunque entonces casi se había vivido el primer quinquenio de su muerte. El San Juan, ese río apacible y serpenteante por entre la ciudad, como sin querer, cumplía (y cumple eternamente), su ocupación de dividir en diferentes orillas a los barrios, y mientras tanto, cabeciduro, va a vaciar  sus aguas en la bahía, como cada tarde. La gente del pueblo pasaba y volvía en su común y cotidiana costumbre, “soñando que Plácido paseaba las calles con su plegaria y que en silencio, sonaba en la brisa el llanto de Milanés por su prima Isa[1].

Al anochecer se oyeron tres o cuatro truenos, todos contundentes. Y enseguida el humo ennegreció el horizonte, como si el ángel de la jiribilla se empeñara en pintar de oscuro a las nubes altas. “Parecía una tromba marina”, dijeron los testigos, pero cuando el fuego comenzó a quemar el cielo se supo que no era lo que se creía; acaba de producirse el mayor desastre tecnológico de origen natural en Cuba: una de las descargas eléctricas dio en la cúpula de un tanque donde se almacenaba el crudo cubano para la termoeléctrica Antonio Guiteras, (pero eso se supo después).

El primer grupo de periodistas llegó unos minutos después. Dos horas después el jefe de la redacción de Radio 26 llamó a Yuni Moliner, le dijo que saliera urgente para la Guiteras (termoeléctrica), a comprobar si era verdad lo que decía la gente, que la planta generadora de corriente eléctrica también había explotado.

Era un rumor que no parecía lógico. De los tanques a la termoeléctrica hay cuatro kilómetros de distancia, más o menos, pero, la periodista fue a comprobar.

Efectivamente, la noticia estaba donde los supertanqueros. Pero no había forma de llegar, como no fuera caminando. Menos mal que en eso llegó la Directora de la Radio[2], en su automóvil. Juntas fueron al lugar del incendio. Había un cordón de seguridad, pero la credencial de la Radio les abrió el paso. Un camión cisterna que iba entrando las llevó hasta las piscinas ubicadas entre el tanque dos y tres; de ahí en lo adelante solo podían pasar los bomberos.

Las periodistas no lo sabían entonces, pero la verdad es que dentro del tanque había 26 000 metros cúbicos de petróleo en ebullición que “sudaba” gases. El gas se estaba acumulando peligrosamente. Ellas no lo vieron pero supieron después que había una persona midiendo la temperatura de los tanques. Muy alto para que lo oyeran quienes estaban cerca, aquel hombre decía: “Tantos grados… Tantos grados…Tantos ahora…Corran que esta p***ga va  explotar”. Eran cerca de las once de la noche. La explosión fue ensordecedora, y se produjo la estampida. Las periodistas se tomaron de las manos y corrieron, pero no lo podían hacer por la carretera, porque era por ahí por donde huían los camiones y otros vehículos… en la confusión las periodistas se separaron.

Yuni me lo contó en un mensaje por Whatsapp: La espalda me la sentía caliente, como si tuviera una fiebre muy alta. Avancé, corriendo hasta la garita, pero sentía que no avanzaba, como si los pasos resbalaran y otra vez estuviera donde mismo. Grite alto, pero nadie me vió. El resplandor enceguecía y el miedo también. Grité con todas las fuerzas. Un carro de bomberos se detuvo. Me llevó a la garita, me dejó y entró otra vez: mi hermano está allá dentro, dijo.



“En ese momento me llegó un mensaje de mi directora, preguntando dónde estaba. Estaba cerca de ella, fuera de peligro. “Llegué a mi casa. No había corriente. La espalda me ardía. Quería dormir, pero no podía. Cerca de la cinco de la madrugada todavía no habían restablecido la corriente eléctrica, entonces oí dos explosiones fuertes. Mi casa queda del otro lado de la bahía, en la cima de una loma. Salí a la calle. Todo el mundo estaba fuera de sus casas, mirando, preocupados, con mucho miedo. Llamé a la redacción. Otro equipo de prensa estaba en el lugar, y sufrieron lesiones.

“El sábado Radio 26 entró en cobertura especial las 24 horas. Se prepararon las condiciones para dormir cerca de los micrófonos si hacía falta. Cuando salieron, abrazamos al equipo de reporteros, pero nos prometimos que no se trataba de una despedida. Los demás quedamos esperando que enviaran las primeras informaciones. Todo era tan confuso. Por eso a mí me mandaron para el Hospital Provincial, con la tarea de rescatar las historias que fuera capaz, aunque para conseguirlo tuviera que entrar a la sala de quemados».

“Salí a la calle. Nada ocurría, solo una sensación extraña. Obviamente que se había detenido el transporte público. Entonces vi a Ariel[3] por primera vez, que es taxista privado. En el parabrisas había puesto un cartel que decía: llevo gratis al personal de salud y a los familiares de las víctimas. Le pregunté si yo también estaba incluida. Me dijo que lo esperara, que volvía por mí enseguida. Volvió. Hice mi primera directa en Facebook, conversando con Ariel.


Las desgracias sacan del alma más profunda lo mejor de la gente.

“Lo intenté hasta bruscamente, pero no podía entrar al Hospital porque en media hora entraron más de cinco donaciones de personas que enviaban lo que tenían, para ayudar a los lesionados».

“Al fin logro llegar a la sala donde tenían a los lesionados. Primero conocí a Floro, que manejaba los camiones que llevaban el agua para apagar el incendio[4]. Conté su historia en las redes, y la gente quiso saber más. Volví muchas veces y el día de su cumpleaños le llevé un Cake. Laurita, por su parte, era una muchacha muy bella, que tenía quemada la mitad del rostro, pero seguía bella».


Con Floro en el Hospital, el día de su cumpleaños.

Floro se convirtió en el abuelo de mi hija.

“Como mis historias fueron tan seguidas, en la Redacción me dejaron en esa tarea. Fue hermoso, pero difícil. Me conecté tanto con los pacientes, que sufrí por ellos, como mismo sus familiares».

“Lo más áspero me ocurrió con Elier Correa, que fue uno de los bombero fallecidos.  A sus familiares los conocí en la puerta del hospital. Fue allí que vi su fotografía y me pareció un muchacho muy lindo y noble. Pedí verlo, me dejaron ir. Miré por el cristal. Estaba luchando por su vida. Ya no tenía rostro, por las quemaduras. Pero de todas formas lo retraté, solo que pidiéndole a la enfermera que se pusiera delante, para taparlo. Había un silencio muy espeso, solamente roto por el pitido de la máquina a la que estaba conectado. Los médicos dijeron que sus quemaduras eran graves y que se reservaban el pronóstico.


El cristal que deja mirar a la sala de terapia le da tonos azules a la fotografía.

“Salí. Afuera estaban sus familiares dispuestos a creer cualquier cosa que reforzara su esperanza. Le tomé las manos a la madre; ella no dijo nada. Yo me fijé en sus ojos, tenía una mirada tan profunda como un pozo.



“Cuando todo concluyó (si es que algo así concluye alguna vez), yo sabía que tenía que hacer un radiodocumental. Pero a la vez no quería, porque era vivirlo todo otra vez».

“Así se acercó el primer año de lo sucedido. En la Redacción me exigieron que cumpliera con lo que era mi deber, hacerle el homenaje a los muertos. Yo me valía de muchas justificaciones. Pero estaba oyendo el documental desde hacía tanto, que tenía que sacármelo de la cabeza».

“Hablé con Reinier Mejías. Él era (es) el único que podía hacer real aquellos sonidos que se me habían convertido en una obsesión. No hacía falta música para simular las emociones, lo que necesitábamos era reconstruir los sonidos de esos días. Crear un mapa sonoro del suceso. “Fuimos al cuartel de bomberos. Oímos decenas de grabaciones. Era como si estuviéramos construyendo un edificio, ladrillo a ladrillo».

“Sufrimos nuevamente. Tanto que avanzábamos muy poco. Cada vez que terminábamos unos minutos, teníamos que detenernos. Llorábamos otra vez. Y volvíamos a la obra. Lo que más agonía nos provocaba era encontrar el ritmo, el tiempo que duraría cada segmento».


El día en que se conmemoró el primer aniversario del suceso, con la esposa de Nazco, uno de los fallecidos.

“Hoy lo oigo y me reafirmo que hay cosas que pudiéramos mejorar. Pero a pesar de los defectos, esa es la mejor obra que voy a hacer en mi vida, porque lo hice (lo hicimos) con más cariño que tecnología”.

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En el Mirador de Mayabe, Holguín, sesionó el jurado del Festival Nacional de la Radio. Allí oí el documental. Genara y Frank[5], que eran mis compañeros para oír la categoría de temáticas especiales,  me dejaron solo porque ellos lo habían escuchado antes. Cuando regresaron todavía estaban tan emocionados como lo estaba yo. Le otorgamos el Gran Premio y quedamos insatisfechos, porque no había una categoría de premio mayor. Si la hubiera, también se lo habríamos otorgado. Y nominamos a Reinier Mejías como el mejor sonidista del Festival Nacional de la Radio en la edición de este 2023.

Luego los presidentes de cada jurado nos reunimos. Cada quien llevaba nombres de artistas que merecían un premio individual. Cuando llegamos al apartado de los sonidistas, escuchamos las obras de los nominados, yo influí para que la obra del matancero fuera la última en escucharse. Cuando terminó la audición, mis compañeros decidieron retirar sus candidatos, Reinier ganó sin nadie que pudiera hacerle competencia.


Yuzaima Cardona Villena, Directora General de la Radio Cubana entrega el diploma de Gran Premio al radiodocumental de los matanceros.

Después fuimos al Hotel Pernik, a esperar la llegada de los delegados e invitados. Cuando bajaron de sus ómnibus los matanceros, Genara, Frank y yo miramos a Yuni, no traía la Medalla al Valor que le otorgaron, no le dijo a nadie que ella era la periodista de Radio 26 que nos tuvo en vilo con las historias que narró por las redes durante aquellos días tan horribles del incendio en la base de supertanqueros. Lo único que hacía entonces era encontrar su mochila en el mar de maletas de los que llegaron, y entonces comprobé la gran diferencia entre un influencer que se hace tantos selfies y los publica, y un periodista. Los periodistas nunca son la noticia[6].

Referencias

[1] Carilda Oliver Labra: Canto a Matanzas.

[2] Odalys Oriol Miranda Suárez.

[3] Todavía hoy, un año después, Ariel es el amigo con el que puedo contar siempre.

[4] Floro es ahora el abuelo de mi hija. Así de familiar es.

[5] Genara Barcelay, de Radio Trinchera Antiimperialista, Guatánamo y Frank González, de Radio Guamá, en Pinar del Río.

[6] En su perfil en Facebook Yuni Moliner se describe así: La mamá de Aihnara Amiel. Pichón de jurista (estudió Derecho), y escritora de apuros.

Autor

  • César Hidalgo Torres

    César Hidalgo Torres (Holguin, 1965) Graduado de la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes, profesor de Guión e Historia de los Medios de Comunicación en esa misma casa de estudios. Por más de 30 años ha trabajado en la radio. Multipremiado en Festivales y otros concursos. Miembro de la UNEAC

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