Declara La Habana

Luego del fracaso de la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos en abril del año 1961, el gobierno estadounidense se las ingenió para volver a molestar. El 31 de enero de 1962 logró excluir a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Punta del Este, Uruguay.

Pero a EE.UU. no le bastó expulsar a Cuba de la OEA. Horas antes de la lectura del documento en la Plaza de la Revolución, el 3 de febrero, el presidente del país anglosajón John F. Kennedy decretó el bloqueo total del comercio entre ambos países, política que provocó la ruptura paulatina de las relaciones con otras naciones de la región.

En respuesta a ambas medidas, se redactó un documento que llevaba por nombre Segunda Declaración de La Habana. El texto no solo era de interés nacional. Sino también continental. Denunciaba tanto las maniobras imperialistas como el grado de dependencia de otros países latinoamericanos de la explotación estadounidense. Por ello, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz convocó a todos los hijos de Nuestra América (como llamara el apóstol José Martí a la región comprendida desde el Río Bravo hasta la Patagonia) a una Asamblea General del Pueblo para denunciar y luego votar.

Como consta en uno de los párrafos, «la odiosa y brutal campaña desatada contra nuestra patria expresa el esfuerzo desesperado, como inútil que los imperialistas hacen para evitar la liberación de los pueblos».

La respuesta de Cuba a las crudas medidas impuestas por EE.UU fue inmediata. A diferencia de la Primera Declaración (2 de septiembre de 1960), que firmaba objetivos generales, la Segunda hacía hincapié en las nuevas vías que debía tomar América Latina para hacer una revolución. Desenmascaraba las razones del odio y del miedo imperialista a la revolución cubana. Lo más valioso, el sí rotundo de varias generaciones ante la idea esencial.

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