La apreciación musical de José Martí orientada a la praxis revolucionaria

No por azar, a través de los años, se alude al artífice de la guerra de independencia de 1895 con expresiones que reconocen su rango tutelar: Maestro, Apóstol, Héroe Nacional, Autor Intelectual.

En todos los casos, la idea no era convertir al hombre de pensamiento y acción en un ícono a quien adorar, sino en una fuente viva que años después de su caída en Dos Ríos, realizaba aportaciones a la causa de su pueblo.

En el cuadro de consideraciones teóricas del autor de Versos Sencillos ocupa un espacio nada desdeñable sus reflexiones sobre la música, que según su opinión: «… está palpitando perpetuamente en el espacio».

«La música es la más bella forma de lo bello», dice el poeta. Mas, no se trata únicamente del elemento estético, sino el conjunto de sentimientos éticos que inspira y genera, juicio que se percibe cuando la valora como «un hada invisible: en las ciudades invita a la alegría, al perdón y al movimiento: en campaña, pone las armas en manos de los combatientes».

Ya Platón y Aristóteles atribuyeron a la música un papel determinante en la formación del carácter de las personas, concepción desarrollada y enriquecida por estetas subsiguientes, En la cita martiana antes citada, se toma la tesis de esos estudiosos, que conecta directamente con las emociones y por este puente sensorial se transforman en convicciones y acciones.     

Por esas razones, en su preocupación por la formación cultural y humana de  María Mantilla —como destacó Salvador Arias en su libro José  Martí y la música—, el intelectual cubano escogió para la iniciación operística de la adolescente la ópera Carmen, considerada en la época como una pieza audaz, devenida signo de la liberación de la mujer, en la que su protagonista declaraba sin miedos que «…libre nació y libre ha de morir».  

No podía ser de otro modo, porque el Héroe de Dos Ríos era un hombre rigurosamente ético. Una clave de su pensamiento político y filosófico  es, al decir del  intelectual y revolucionario cubano  Armando Hart Dávalos: «…el valor de la ética enlazado con los demás aspectos, porque no podemos analizar la ética si no la enlazamos con toda la complejidad del sistema social y cultural».

 Entonces, si la música es para el líder de los indepentistas cubanos,« …compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios»,  ella no puede permanecer ajena a los ámbitos comunes, y en particular a ese ambiente que identificamos como Patria.

No es casual que los músicos cubanos favoritos de Marti fueran precisamente aquellos vinculados al ideal independentista.

De Jose White admiró su virtuosismo musical, pero también su condición de cubano. «White tiene en su genio toda la poesía de aquella tierra perpetuamente enamorada, — escribió— todo el fuego de aquel sol vivísimo, toda la ternura de aquellos espíritus partidos, cariñosamente vueltos a buscar entre las palmas a los que les fueron en la tierra espíritus amados».

También elogió la cubanía del pianista Ignacio Cervantes y el violinista Rafael Díaz Albertini, quienes se presentaron en 1892 en los talleres de tabaqueros en Ibor City, en Tampa. Del primero citó palabras donde expresaba su amor a la Patria y del segundo escribió que «…ponía en el aire de la noche extranjera los colores blandos, cálidos, fogosos de nuestro amanecer».

En esa ocasión, el Maestro afirmó: «Uno somos en los orgullos y en la pena, los de allá y los de acá (…) Pecadores somos todos, los de allá y los de acá y todos somos héroes  (…) Las flores que premiaron el mérito de los cubanos de la isla, de Albertini y Cervantes, fueron las flores del destierro».

También la pluma martiana dedicó hermosas palabras al maestro de piano Emilio Agramonte, y en especial a sus empeños en los que se veía «…el anhelo de conquistar al fin la patria justa y libre donde pueda valer sin trabas el genio de sus hijos».  A  este músico,  Martí  encargó un trabajo de recopilación de los cantos de combate que eran transmitidos en forma clandestina entre generaciones de cubanos.

El propio José Marti publicó uno de esos cantos patrios en el periódico Patria: “La bayamesa”, de Perucho Figueredo. Era un himno que se publicaba con claros motivos movilizadores: «Para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres».

Este juicio es consecuente  con su visión de la función ética de la música: «¡Es lo divino del mundo, entrar en combate con música!».

                                                                                                                                                                                                                           

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