Ernesto Lecuona: Presencia permanente

Este tenor ya desaparecido y poco citado por su extraordinaria presencia en el teatro cubano, me ofreció la posibilidad de una entrevista oportunísima y trascendental  sobre de la vida de Lecuona.

No exagero si digo que fue un encuentro mágico. Nunca en mi vida (hasta ese momento triunfal) imaginé que entrevistaría a un fantasma. Y mucho menos a un fantasma musical. La gente de escenario suele serlo. De manera que cargué mis baterías futuristas y convencido que el añejamiento cura y resalta las bondades del polvo fui a buscarle.

Claro, otros datos valiosos  para el lector serían los siguientes: casa breve en El Cerro, mi amado barrio detenido en la memoria de mi infancia (sin prisa pero sin tregua). Salita de silencios y claroscuros. Sofá  de rejilla. Parecido el que deshice una noche de noviazgo y que me dejó (¡Caramba con los carambas!) en la posición más ridícula de mi vida. Oscuridades luminosas entre las que apareció don Pedro Fernández (¿llevaba bufanda?, ¿la inventó mi imaginación?… mi madre se hubiera divertido de mi ocurrencia).

– Buenas, señor… (el señor era yo, diluido en calor).

– Muy buenas… ( y él solo se comenzó a entrevistar. Como hacen los fantasmas. Como hacen los fantasmas que se respetan. Como harán, supongo, los que vengan después. ¿Después de qué? Será de Quijote que no del Diluvio Universal (¿?)

De manera que usted es Pedrito Fernández, el gran tenor cómico de Cuba. (No sonrió, por lo menos por fuera). Se acomodó a mi lado con sus luces giratorias. Lucía tan breve y efímero como todo lo que nos rodeaba. De pronto comenzó su conferencia, a las que en los finales del siglo XX llamaban magistrales. Lo extraño (que no es extraño en un fantasma) es que me hablaría muy poco de él, o dicho en otras palabras, de él como él. Las palabras giraron en torno a Ernesto Lecuona, el más universal de los compositores cubanos. Lecuona, dicho en siete letras, es la verdadera pasión personal de este cantante que hizo época en nuestro país.

¿Y yo?… di luz al casete y me preparé para los devaneos del alma…y a propósito ¿cómo será el alma de un fantasma?

– ¿Empezar por Lecuona?

– Sí, porque, además, con él había que reírse. Siempre se ha discutido si él nació el día 6 o el 7. Y una vez él me dijo: Mira, Pedrito, yo saqué la cabeza muy tarde en la noche del 6 y el resto del cuerpo salió el 7 . De ahí que siempre dijera que nació el 7.

¿ En qué etapa de su vida conoció usted a Lecuona?.

– Eso fue cuando yo tenía 7 años. Le digo que yo nací en Cárdenas, provincia de Matanzas. Mi padre era el propietario del hotel Isla de Cuba. En el 1919, Lecuona llegó a Cárdenas, con la compañía del gran teatrista español Eulogio Velazco, con un elenco fantástico de artistas. El fue a parar al  hotel de mi padre. Bueno, la amistad de mi familia con Ernesto siguió. Años después cuando muere mi padre vinimos para La Habana. Teníamos una situación económica mala. Mi padre había perdido el hotel y en realidad lo había perdido todo. A partir de entonces se estrechó más la amistad con Lecuona.

– ¿ Qué hizo usted en esos primeros tiempos en La Habana?

– Empecé a trabajar en una firma alemana de medicamentos. Era la época terrible de Machado. Cuando me quedé sin trabajo lo comenté con él. Eran los años treinta y pico.

– ¿Y qué sucedió?.

– Me dijo que me daría trabajo en su obra Lola Cruz. Le dije que yo sólo había cantado en la radio y que me espantaba pararme frente a un público de teatro. Yo sé que vas a servir, me dijo. Me indicó que hablara con Paco Lara, que era el director de escena, para que me probara en un pequeño papel de monaguillo. Era un personaje muy gracioso. Lara me pasó una escena y le gusté y de inmediato le dijo a Lecuona que se encargaría de montarme el personaje.

– Y ahí vino su debut.

– Efectivamente, debuté con el estreno de Lola Cruz. Yo mismo me asusté porque en mi primer mutis me gané una ovación cerrada.

– Gustó.

– Tanto que en las siguientes apariciones provocaba carcajadas. Luego vendrían otros papeles pequeños y fui aumentando y aumentando. El primer tenor cómico que hice en mi carrera no fue precisamente con Lecuona. Lo interpreté en una función en el Teatro Nacional, hoy la Sala García Lorca, donde se reponía La Dolorosa, del maestro Serrano y Los Claveles, del propio autor. No es vanidad si le cuento que fue un éxito tremendo. Esa noche estaba viendo la función Eulogio Velazco, que había sido empresario de Lecuona. El estaba reformando su compañía de revista para realizar una gira por América Latina. El me citó y al día siguiente me pidió que trabajara en su compañía. Me agregó que iban a reaparecer en el Martí un par de meses, después irían a Santiago de Cuba y más tarde de gira al extranjero.

– ¿Y que decidió usted?.

– Lo primero fue consultarle a mi madre y puso el grito en el cielo cuando se enteró que iríamos a varios países. La convencí. Velazco me contrató, hice la temporada en el Martí, fui a Santiago de Cuba y luego tomamos el barco Cuba y recorrimos República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela, Colombia.

– Excelente experiencia.

– ¡Cómo no!…regresé más hecho en el teatro. Ese resultó un buen momento en mi carrera pues me contrató en su compañía el barítono español Ordóñez. Se trataba de hacer el tenor cómico en la obra Katiuska y que estrenaría en el teatro Campoamor. También por esa época obtengo otros contratos y me doy a conocer más. Y un ejemplo de ello es que en el Teatro de la Comedia estuve siete años de galán cómico. Movían todo el elenco de la comedia pero yo me mantenía como galán cómico.

De pronto hicimos un alto. Quiero decir, un silencio. No se supo bien por qué. Pudiera haber sido un cambio de escena…un respiro. Don Pedro es un fantasma chispeante, de hablar rápido. Conversa interpretándolo todo al pie de la letra. Es un hombre de ensayo y proyección.  Algún ruido exterior finalmente nos trajo a la realidad…

– ¿Seguimos?…

– Adelante…

– ¿Cómo funcionaban sus relaciones de trabajo en el teatro con Ernesto Lecuona?.

– El era un señor muy caballeroso, muy correcto con todo el mundo. Lo mismo le echaba el brazo por encima a un barrendero de la calle que a la persona más encumbrada. Lo considero mi padre artístico y le tengo mucho que agradecer. Él adoraba a mi madre y siempre tenía un  presente para ella. Yo fui al brazo derecho de Lecuona y llegué a ser su director de escena.

– Ustedes trabajaron juntos en programas de Televisión.

– El tenía tres veces  la semana un programa de televisión de una hora cada uno. Y yo realicé en ellos funciones de director general, adaptaba obras, las dirigía, tenía que ver con los tramoyistas, con las que atendían el vestuario…con todo.. .sólo me faltó llevar para la planta la columbina y correr el riesgo de morir aplastado al pie de la máquina de escribir. El me oía decir estas cosas y reía.

– ¿Cuál era el contenido de estos programas semanales?.

– El del lunes se titulaba Canciones del ayer, tipo concierto. Se ponían canciones de su primera etapa…el del miércoles Teatro incluía, generalmente, una obra lírica de su inspiración y ya el de los viernes Canciones de hoy, cubría sus últimos estrenos. Estamos hablando del año 1952. Nosotros inauguramos el canal 2 de la televisión cubana.

– ¿Cuál es su valoración sobre la obra musical de Ernesto Lecuona?.

– Creo que la máxima autoridad en la música cubana se llama Ernesto Lecuona. En Cuba lo admiran muchísimo pero hay que ver cómo lo valorizan en el extranjero. Lo adoran donde quiera. Su nombre es reconocido mundialmente. El hizo prodigios con su obra pianística y, sin dudas, fue el compositor cubano que más produjo para el teatro, junto a su colaborador mayor Sánchez Galarraga. Ahí están María la O, El Cafetal, Rosa, la china y otras más.

Usted que estuvo tan cerca de Lecuona…¿en qué momento del día creaba?.

– Lecuona fue un verdadero genio. Charlando se le podía ocurrir algo y me pedía de inmediato papel y lápiz. Trabajaba cuando le llegaba la musa. Luego guardaba el papel con las anotaciones y ocho o diez días después le daba forma, ya fuera una romanza, una danza, una conga. Así componía Lecuona.

– ¿Cuándo y por qué Lecuona sale definitivamente de Cuba?.

– En 1960 estábamos por irnos a España para llevar la ópera El sombrero de yarey, la última obra que escribió y que está por estrenarse. Iríamos a su casa en Málaga, regalada por los malagueños. En ese momento le escriben de la Víctor comunicándole que se vencían los contratos y que él debía ir a renovarlos o los perdería. Lecuona decide entonces irse primero y que yo viajara después y me deja una lista de obras de su archivo personal que debía llevarle.

– ¿En qué fecha sale por última vez de Cuba?.

– El 6 de enero de 1960. Salió por mar de La Habana a Miami. A él le encantaba el mar y no resistía el avión porque padecía de claustrofobia.

– ¿Y cuándo partió usted de Cuba?.

– Al mes siguiente, luego de pagar todas las deudas pendientes del maestro y dejarlo todo al día.

-¿Se reunieron los dos en los Estados Unidos?.

– Sí, y nos pasamos dos meses en Nueva York. Precisamente allí Lecuona grabó tres Long Play para la Víctor, y lo hizo en un solo día entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, sin una equivocación. Recuerdo que lo hizo en un piano de estreno. Es que Lecuona era un genio. El cubano no sabe lo que perdió con él, como persona y como artista.

– Sé que de Estados Unidos marcharon a España.

– Efectivamente. Y de allí él me envía de regreso a Cuba al recibirse la noticia de la enfermedad de mi madre. Yo volé de Barcelona a Madrid y de allí a Puerto Rico para seguir luego a Miami y de esa ciudad hasta La Habana. Con mi llegada mi madre mejoró los siguientes siete meses. Finalmente murió a los 89 años.

– ¿Usted ya no volvería a ver a Ernesto Lecuona?.

– Desgraciadamente. El último encuentro fue en Barcelona. Luego, hablamos alguna que otra vez por teléfono. Me escribía mucho. Ya en su gravedad me contaba que quería regresar a Cuba donde quería estrenar, con la Sinfónica, un concierto en rumba. Él no estaba disgustado con la Revolución y sí con ciertas personas que lo difamaron innecesariamente.

– ¿Cómo ocurrieron los acontecimientos finales en la vida de Lecuona?.

– Desde hacía años a él le funcionaba un solo pulmón. Recuerdo que el médico le recomienda que debe abandonar Barcelona porque es muy húmeda. Finalmente él va a Tampa y luego vuela a Islas Canarias, donde murió. Y coincidencias de la vida, su padre era canario.

– Para usted como artista ¿qué significó Ernesto Lecuona?.

– Como artista fue lo más grande que ha dado Cuba. El 26 de Septiembre de 1927, él inauguró el Teatro Regina de La Habana, estrenando Niña Rita o La Habana de 1830 y La Tierra de Venus, donde se cantaba Siboney, que le ha dado la vuelta al mundo. El presentó en esa temporada a tres tiples de grata recordación: Rita Montaner, Caridad Suárez y María Ruiz. Y ahí se creó el teatro lírico cubano. Después vinieron otras obras. El fue también el verdadero creador de la Sinfónica de La Habana.

¿Cómo recuerda usted al maestro Lecuona?.

– ¡Con tanto cariño!…Me protegía, me aconsejaba. Fue mi padre…

Aquí llora suavemente y apago la grabadora. ¿Qué no le pregunté? ¿Qué no me contestó? Nada es perfecto. Sería enfermizo pensarlo.

– A mi me viene a ver muy poca gente…sólo cuando quieren algo, o tienen dudas…usted sabe…Uno va quedando en el olvido.

Fue una descarga emotiva. La última. El pensando no sé qué de mí. Yo, muy interesado en su fantástica memoria. La memoria de un fantasma que va y viene en el tiempo. El tiempo de una memoria que seguirá regresando para bien de todos, regalándonos  la presencia permanente en la cultura cubana del más extraordinario de sus compositores musicales

 

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