Alejandro Lugo: El roble que pervive

Nació en 1915, y muy joven, fue visitador médico, marinero, profesor de natación y boxeador. Desde principios de los años 40 en sus veintitantos años, ya trabaja en CMQ; en las aventuras de Tarzán interpretaba dos personajes: el Wally y la mona Chita; trabajó con Rita Montaner en el programa radial Mejor que me calle (1946-1947). El primer programa que le asignan es Diego Grillo, aventuras escritas por José Ángel Buesa.

Entre los inmigrantes de la guerra civil española, personalidades del teatro formaron la Academia Libre de La Habana, como José Rubia Barcia, con todo el conocimiento del teatro de Europa y su técnica de primera, y entre sus alumnos “chiquilines” (según cuenta Alden Knight), los más jóvenes eran Antonio Ñico Hernández y Alejandro Lugo; de ellos emergieron Martínez Aparicio, Modesto Centeno, Marisabel Sáenz y otros que después formaron la Academia de Arte Dramático.

Alejandro Lugo quedó como un maestro al que se debe la ayuda a los actores más jóvenes y la Escuela de Formación de Actores del Icrt, que él lideraba y de donde surgieron muchos buenos actores y actrices, como Susana Pérez, Natasha Díaz, Yolandita Ruíz, Idelfonso Tamayo e Irela Bravo, entre otros; maestro amado como Alfredo Perojo y Alden Knight, a quien integró al selecto grupo de profesores de dicha escuela, de la que se nutren los micrófonos y las pantallas a partir de los años 70, quien lo refiere más que un maestro, como un padre que generosamente, lo aconsejaba y ayudaba a abrirse paso en el apasionante y difícil sendero del arte, y quien al despedir su duelo en 1996, exclamaría: “Ha caído un roble”, en alusión a uno de sus filmes.

A fines de los años 40, ya Alejandro Lugo y su voz, gozaban de amplia popularidad, desde las radionovelas en que actuó, como El derecho de nacer; pertenecía al cuadro dramático del Circuito CMQ y participaba en sus principales programas, trabajo que ya combinaba con el teatro, donde fue destacado por la prensa su actuación con Violeta Casal en la obra Veinticuatro rosas rojas en la Sala Arlequín, y Desviadero 23 del Patronato del Teatro, por la cual recibe el codiciado Trofeo Talía y el de Antillana en 1956. También con Violeta Casal lleva a la escena La Madre, seleccionada como la obra más destacada de 1962, y la más vista a lo largo de toda la República.

En la época de Reyes a fines de los años 50, la actriz Fela Jar lo recuerda junto a Bellita Borges, gran compañera y primera figura también de Crusellas y Compañía, pidiendo juguetes a los artistas sin importar el tipo, nuevos o usados, y pasaban sus noches arreglándolos hasta dejarlos como nuevos y después, recorrían los barrios humildes de la Habana para entregarlos a los niños más pobres.

En el cine, se le consideran 26 películas en las que actuó, siete de ellas coproducciones cubano-mexicanas entre las más relevantes del cine cubano antes de 1959, como Siete muertes a plazo fijo (1950), donde interpretó al bandido “Siete caras”, uno de los condenados a morir, y compartió con actores tan reconocidos como Ernesto de Gali, Raquel Revuelta, Eduardo Casado, Rosendo Rossel, Maritza Rosales, Juan José Martínez Casado, Adolfo Otero, Gaspar de Santelices y Manolo Coego; cinta que marcó el nacimiento del llamado “thriller-a-la-cubana”, trama de misterio mezclada con comedia y escenas musicales, al ritmo de las composiciones de Osvaldo Farrés; en Casta de Robles (1953), drama rural escrito por Álvaro de Villa, con dirección musical de Félix Guerrero, y dirigido por el español Alfredo Fraile, quien plasmó magistralmente la belleza de los campos de Cuba, y donde compartió el protagonismo con Xonia Benguría, Ángel Espasande, el mexicano David Silva, Santiago Ríos, Ricardo Dantés y Antonia Valdés; La mujer que se vendió (1954), de Agustín Delgado, basada en el guion de una radionovela escrita por Félix B. Caignet: y El farol en la ventana (1957), dirigida por Juan Orol, con Mary Esquivel como coprotagónico.

Alejandro Lugo ha dejado una huella indeleble en la historia de nuestros medios y de toda nuestra cultura

Ya durante la Revolución, actuó en películas como Tulipa (1967), dirigida por Manuel Octavio Gómez, junto AIdalia Anreus, Daisy Granados y Omar Valdés; Río Negro (1977), de Manuel Pérez Paredes, seleccionada entre los filmes más significativos del año por la crítica cubana y Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Moscú; Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega, con Daysi Granados y Adolfo Llauradó, con numerosos premios en certámenes nacionales e internacionales; Guardafronteras (1981); El señor presidente (1983); El corazón sobre la tierra (1984); Otra mujer (1986); En tres y dos (1986); y Visa USA (1986), dirigida por Lisandro Duque Naranjo, coproducción Colombia-Cuba.

Sus brillantes actuaciones en CMQ televisión (novelas, teatros, series policíacas) comenzaron el 18 de diciembre de 1950, cuando Marcos Behmaras estrenó el primer policíaco para el espacio que luego sería Tensión en el Canal 6, y él lo protagonizó. Muchos más le seguirían como en el espacio El humo del recuerdo en CMQ televisión, el legendario “médico chino”; “El hijo de Enzio” en Sombras del pasado, catalogado como el mejor programa dramatizado de continuidad de 1960, original de Félix Pita Rodríguez, por Televisión Revolución los lunes, miércoles y viernes a las 9:30 de la noche, junto a Rosa Felipe, Ángel Toraño, Rafael Linares e Hilario Ortega.

Su personaje de “Perico Piedrafina” en Medea en el espejo, fue valorado por la crítica como el mejor programa de televisión durante julio de 1961 por las buenas actuaciones; su “Lucas Fundora”, de Tierra o Sangre, que el Canal 6 transmitió por segunda ocasión en 1976; el “míster Danger” de Doña Bárbara; el agente de la Seguridad del Estado “El Chino” de Para empezar a vivir; en las series Julito el pescador y La frontera del deber, de los años ochenta… entre tantos otros personajes y obras.

En el año 1969 viajó a Camagüey para ayudar en la formación y proyección del bisoño grupo dramático de Radio Cadena Agramonte: durante varios meses, comenzaba las mañanas en la azotea de la radioemisora haciendo ejercicios, para después pasar al estudio a ofrecer sus clases teóricas y prácticas.

Por esa, entre otras de sus acciones, al fallecer en 1996 era reconocido ya por su disciplina en su entrenamiento físico y como magnífico pedagogo en el difícil arte de la actuación dramática, y por su recia personalidad con que gestaba sus cientos y tan variados personajes con tanta maestría y grandioso profesionalismo, con su sencillez y espontaneidad, dignas del altruismo del roble que, en efecto, era Alejandro Lugo.

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