Con el ejemplo de la mambisa irreductible

Solo una persona de la exquisita sensibilidad del Apóstol de la independencia de Cuba podría reflejar con tanta sencillez y elocuencia la grandeza de quien consideró una de las mujeres que más conmovieron su corazón.

En Santiago de Cuba vio la luz primera, Mariana Grajales, el 12 de julio de 1815, tierra que fue testigo de su crecimiento con una educación ética, en el seno de la familia, y también la vio elevarse en estoicismo, cuando con amor de madre y orgullo de patriota, entregó sus hijos a la causa redentora.

Su gloria no se ciñe únicamente a que gestara y pariera una legión de héroes; su estatura se encumbra aún más al instruir a sus descendientes para que fueran hombres y mujeres de bien, y forjar artífices en la lucha por la independencia de la nación del colonialismo español.

Para Joel Mourlot Mercaderes, estudioso de la familia Maceo-Grajales, es Mariana madre excepcional de Cuba, la que parió, educó hijos virtuosos, y alcanzó la supervivencia a 11 vástagos en el ejercicio de las mejores cualidades humanas, un logro extraordinario que la sociedad debe justipreciar siempre.

La periodista cubana Argentina Jiménez, en uno de sus artículos, expresa que la nombran la Madre de los Maceo, la Madre de todos los cubanos, la Madre de la Patria, y Martí la llamó Mariana Maceo, apellido de hombres valientes, corajudos, inscritos para siempre en la historia; mas, Mariana Grajales Cuello brilla con luz propia.

Se las ingenió para fraguar una familia sustentada en sólidos valores, bondadosa y tierna con sus hijos, pero severa en la disciplina, les hizo jurar de rodillas libertar a la Patria o morir por ella, aunque era innegable que su corazón de progenitora palpitase ante la posibilidad de que alguno pudiera morir.

Mariana Castillo Felicó, una santiaguera que lleva con orgullo su nombre, piensa que lo más importante es honrarla siempre,  haciendo realidad su legado, para que las nuevas generaciones se formen con el espíritu de ella como ser humano y en la formación y educación de sus descendientes.

Hay que recordarla especialmente por sus virtudes que son fuente de inspiración constante, y sobre todo por la capacidad para anteponer a sus sentimientos, los intereses de la nación, los anhelos de independencia de la tierra esclava, resalta.

En las páginas que ofrendó destaca ese grito heroico de «fuera, fuera de aquí no aguanto lágrimas», recreado por Navarro Luna en su poema, un mensaje que la retrata y la inmortaliza al forjar valientes y fieles defensores de la libertad, entre ellos hombres de la talla de Antonio y José Maceo.

Huellas dejó su vida en ese cuarto de siglo en combate sin tregua por la soberanía de Cuba desde la pequeña hacienda de Majaguabo, en San Luis, el peregrinar de 10 años por la manigua redentora hasta el obligado exilio en Jamaica.

Existencia azarosa, pero edificante, conservó la dulzura propia de su fecunda maternidad, aun lejos de su amada Patria, y en su casa en la calle Iglesia No. 34, en Kingston, halló consuelo todo cubano patriota.

En tierra extraña encontró la muerte el 27 de noviembre de 1893 a los 85 años, y a la tumba la siguieron muchos compatriotas, quienes la recordarían con sus ojos de madre amorosa y pañuelo en la cabeza, como si fuera una corona.

Alguien que la conoció  bien y admiró en los campamentos y escenarios de batallas, el mayor general José María Rodríguez Rodríguez (Mayía), enterado tarde de la triste noticia, subrayó meses después del suceso:

«Pobre Mariana, murió sin ver a su Cuba libre, pero murió como mueren los buenos, después de haber consagrado a su Patria todos sus servicios y la sangre de su esposo y de sus hijos. Pocas matronas producirá Cuba de tanto mérito, y ninguna de más virtudes».

Ejemplo excepcional de conducta humana desde el hogar en un medio y circunstancias muy hostiles, lo que ensancha su mérito, Mariana Grajales ha devenido símbolo. Fue de las mujeres que más conmovió el corazón de José Martí.

Autor