Ni rosas ni sábanas blancas en venta

La rosa martiana canta a la unidad, la concordia, la honestidad, la sinceridad y la transparencia. Canta a la amistad, al crecimiento espiritual y a no dejar que el rencor devore el alma. Nada tiene que ver su apuesta ética con simulaciones ni rendiciones.

Cintio Vitier, quien como pocos penetró en el ideario del Maestro, ofreció la siguiente clave, útil en estos tiempos, para entender el vínculo entre ética y práctica revolucionaria: «Martí, no reacciona frente al enemigo, sino que actúa frente [a él] y contra él desde su libertad, que en principio puede redimir también al enemigo; de ahí su mayor eficacia; es esto lo que le permite liberarse del odio, que es el signo de la verdadera colonia. Su planteamiento, radicalmente ético, parte de una autoctonía del ser. Esa profunda originalidad le permite señorear la situación, no devolver odio lúcido por odio ciego, no ser un resentido histórico, una irremediable víctima intelectual y emocional de la colonia. Le permite ser un pensador revolucionario…».

Demasiado pedir que los agoreros del cambio de sistema en Cuba lean profunda y aleccionadoramente a Martí, cuando se sienten aplaudidos y respaldados por los que robaron en 1985 su nombre para denominar un servicio radial y televisivo concebido por el gobierno de Estados Unidos como plataforma agresiva y subversiva contra nuestra Patria.

Ni siquiera poseen las más mínimas herramientas para entender la realidad del país, su cultura, sus tradiciones. La espuria manipulación de la rosa blanca se ha hecho acompañar de ridículos clamores desesperados para convertir el color blanco como estandarte de sus fallidas pretensiones.

Las sábanas blancas siempre animarán la banda sonora de la auténtica canción cubana, en la voz de su autor Gerardo Alfonso y de otras muchas voces. Trova y rumba, canción de gesta y amor que tradujo el sentimiento de la ciudad en música y de sus habitantes entregados, por estos días mayoritariamente, a transformar materia y espíritu en el seno de sus comunidades, a dejar atrás olvidos y desidias, a honrar el destino de la nación y de las raíces, como cuando en agosto de 2020 ondearon telas blancas en los balcones para despedir a Eusebio Leal.

Las telas blancas seguirán ciñendo los cuerpos y coronando las cabezas de los hijos y las hijas de Obbatalá, deidad del panteón yoruba que transmite paz, calma, inteligencia, generosidad y vocación de obrar a favor de los demás. Telas que, además,  continuarán arropando a los iniciados en una de las más representativas ramas de la religiosidad popular auténticamente cubana. 

De modo que el color blanco no está en venta.

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