Confiados en el futuro, seguro de nosotros mismos

No pocos dieron por descontado la reelección de Donald Trump, pero la realidad se presentó distinta a pronósticos en parte justificados por la manera como tuvo lugar su primer triunfo, el populismo desatado a partir de su personalidad – contradictoria y ajena a los cánones habituales –,  basada en un desacostumbrado alejamiento de lo que había sido hasta entonces el estilo de gobernar en Estados Unidos. 

Muchos factores incidieron en la derrota de Trump para un segundo mandato, entre ellos su mal manejo – obtusamente anticientífico y caprichoso -, que dejó a un lado la racionalidad para aferrarse a criterios unipersonales en cuanto al combate a la pandemia de la Covid-19. También le falló su  estilo autocrático autoritario a ultranza y – peor – una abierta posición en contra de los afrodescendientes y una enfermiza xenofobia, a pesar de que sus antepasados eran inmigrantes y su actual esposa, Melania, nació en Eslovenia y se naturalizó estadounidense. 

Aunque muchos siguieron engatusados por sus cantos de sirena – más bien rugidos -, se impuso el criterio mayoritario de que muchas cosas no andaban nada bien dentro de casa, y se hacía necesario el cambio hacia una conducta de gobierno con mayor realismo y sentido común. 

Opiniones domésticas aparte, lo que pudiéramos denominar “fenómeno Trump” afinca sus raíces en un serio desgaste del sistema imperial estadounidense en el orden interno y externo; en el surgimiento de economías emergentes fuertes y en ascenso en otras regiones, diferentes al modelo de la primera potencia mundial y, por último, la lógica disputa por la preeminencia hegemónica en la geopolítica mundial de todos los factores. Nada que Trump encarnó un modelo aislacionista y muy cercano a un neofascismo impredecible, incoherente y disparatado. 

En esa nueva partida de ajedrez surgió Trump, cuya ignorancia, actitudes torpes y paradójicas, acompañadas de una megalomanía y comportamiento rayanos en lo bipolar, devinieron la mejor opción para acelerar un mayor descalabro estructural y al parecer inevitable. 

Trump litigó con sus viejos aliados europeos; abandonó acuerdos internacionales sobre cambio climático, contaminación ambiental y control de armamentos, aspectos que van más allá del manejo doméstico del arte de gobernar.  Así se fue quedando solo. 

Sin “ton ni son”, desde su toma de posesión  – muy mal aconsejado – comenzó a implementar políticas coercitivas contra Cuba, principalmente en lo económico, que no se vieron ni en los peores años de la Guerra Fría. Comenzó con los infundados ataques sónicos a la Embajada de Estados Unidos en La Habana para deshacer, uno tras otro, los progresos que en muchos aspectos se lograron a partir del reinicio de las relaciones diplomáticas en diciembre de 2014 con la Administración de Barack Obama. 

En el cuatrienio “trumpesco” Cuba país sufrió afectaciones que superan los 5 mil millones de dólares – sumemos a ellos los 822 mil 280 millones de dólares hasta la fecha provocados por administraciones anteriores -, y ha visto entorpecidos muchos de sus proyectos de desarrollo debido a la extraterritorialidad de la ominosa Ley Helms-Burton, activada en su totalidad por Trump. Hemos sufrido una persecución implacable del modo más injusto y cruel, sin que Cuba haya sido, ni es, una amenaza a la seguridad del poderoso vecino del norte. 

 A pesar de tanta obstinación anticubana en grado superlativo, Cuba avanza en el camino hacia un ordenamiento de su modelo económico-social. Damos pasos firmes para perfeccionar de nuestro sistema con el propósito de sentar bases firmes para un desarrollo sostenible cuya finalidad es el pleno bienestar y prosperidad de todo el pueblo. Lo hacemos pese al Bloqueo, y como expresión de la voluntad legítima de cubanos y cubanas. Conocemos muchas de nuestras deficiencias y trazamos el rumbo para superar estas y las que podamos hallar en el futuro.

Nuestro proyecto no deja de adolecer de imperfecciones, pero solamente a nuestro pueblo le compete su solución sin la interferencia de ningún otro país. Cuba ha seguido su marcha a pesar de Trump y no admite ni admitirá intromisiones en una vía asumida por la razón que asiste a su derecho soberano. 

En medio de este contexto, la fórmula Biden-Harris gana la Presidencia de los Estados Unidos y tiene ante sí un conglomerados de problemas intestinos a resolver; el primero de ellos vencer el pernicioso síndrome de la desunión nacional. La nueva Administración tendrá que lidiar con un Estados Unidos dividido, herido sensiblemente por el exacerbado ultraderechismo racista contra sus ciudadanos de piel negra y de otras etnias, y reordenar el país en medio de una deuda fiscal sin precedentes. 

En política exterior el Presidente electo prometió para tan pronto asuma el mando, revertir las descabelladas decisiones asumidas por la anterior Administración, entre ellas el regreso al Acuerdo Climático de París para reducir el calentamiento global; el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; el Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas sobre Migración y Refugiados; la reinserción en la Organización de Naciones Unidad para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Acuerdos con Rusia en materia de control de arsenales estratégicos. 

Se espera que el Presidente electo Joe Biden revierta las políticas anticubanas impuestas por Trump para regresar al escenario iniciado a partir de diciembre de 2014. 

Ante el triunfo de Biden, el Presidente de la República de Cuba, compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, expresó el pasado 8 de noviembre en su cuenta de Twitter: Reconocemos que, en sus elecciones presidenciales, el pueblo de EEUU ha optado por un nuevo rumbo. Creemos en la posibilidad de una relación bilateral constructiva y respetuosa de las diferencias.” 

Los cubanos de buena voluntad albergamos la esperanza de que comience una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Corresponde al primero dar los pasos necesarios que vuelvan la realidad hacia lo que fue hasta enero de 2017 y, más allá, echar abajo el despiadado y criminal Bloqueo Económico, Comercial y Financiero arreciado con la Ley Helms-Burton. 

Una relación normal y estable entre nuestros dos países sería de beneficio mutuo. Son muchas las áreas en las que ambos países pueden cooperar. El pueblo estadounidense saldría tan beneficiado como el de Cuba, si se abre paso una normalización fundamentada en el respeto mutuo al derecho y la no injerencia en los asuntos internos. 

Ante la perspectiva que pudiera aparecer en este nuevo espacio, no somos ilusos. Los daños infligidos contra Cuba durante el cuatrienio que terminará en enero, fueron sensibles y muy graves. Habrá que restañar heridas y restablecer un nivel de confianza sobre el propósito sincero de cuanto acontezca.  Pese a no ser asunto fácil, es posible ganar el terreno perdido y avanzar más. En ello es a la otra parte – Estados Unidos – a la que corresponde ahora dar los primeros pasos. 

Será importante la garantía de que una buena relación constituya un hecho irreversible y no sujeto a vaivenes políticos electorales futuros. 

No es motivo de preocupación una coexistencia entre nuestros dos países siempre y cuando se base en un trato de igual a igual y en el respeto mutuo a la autodeterminación. Corresponde esperar los pasos que en tal sentido dé Estados Unidos. Cuba siempre ha estado y está dispuesta a una relación estable, constructiva y amistosa sin que se le condicione a ello abandonar su amistad, principios ni la cooperación con países hermanos.Nos toca observar cada paso que se dé. No olvidar la historia y al mismo tiempo conceder la oportunidad de una mirada desprejuiciada, despojada de conjeturas y estereotipos maléficos ante un futuro de coexistencia. Ello es ante todo un signo de fortaleza, pues sabemos que ni en los momentos de mayor agresividad hemos sido doblegados. 

Nos asisten la razón y la fuerza de las ideas; la conciencia patriótica y revolucionaria de un pueblo forjado en una confrontación no deseada, pero hasta entonces inevitable por habernos sido impuesta; la experiencia de lucha; la guía sabia de Fidel y su “Concepto de Revolución”; el acompañamiento certero de nuestro General de Ejército y Primer Secretario del PCC Raúl Castro Ruz, así como la actual dirección del Gobierno Revolucionario encabezado por nuestro Presidente el compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, como generación de continuidad histórica desde el 68 hasta el 59. 

En tiempos de paz y buenas relaciones – posibles y deseables por todos – mantendremos alta nuestra dignidad y sabiduría acumuladas para con ellas continuar el trabajo mancomunado por el País que todos queremos y hacia un mundo mejor. 

La fortaleza ideológica de nuestro proyecto, su contenido humanista y emancipador, y el mayoritario apoyo popular nos asisten ante cada desafío por venir. Ni “brujas malas” o “brujas buenas”; ni coerciones o abrazos destruirán la obra revolucionaria. No es saludable desviar energías creadoras para cavilar sobre segundas o terceras intenciones; en su momento cada paso será valorado y en cada situación sabremos la posición a asumir. Ajustarnos a la realidad y concentrar energías en el empeño propuesto de soberanía económica es y será nuestra prioridad principal.

Nuestra más alta dirección es sabia y certera. La rama de olivo se mantiene extendida mientras proseguimos nuestro quehacer no condicionado por mareas ni oleajes de afuera, convencidos de que no existe fuerza capaz de destruir la obra revolucionaria ni con tam-tams belicosos ni con cantos de sirena. Depende sólo de nosotros lo que seamos capaces de lograr. 

Si llega una nueva era de entendimiento, ¡bienvenida sea! Los puntos están sobrees desde hace mucho tiempo. En Cuba no existen dudas ni temores. Somos un país soberano asistido por la razón, capaz de defenderse en cualquier terreno, y con toda la buena voluntad para coadyuvar hacia un futuro de paz, amistad, cooperación y bienestar con Estados Unidos, igual que con el resto del mundo.  

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