El hartazgo de la maldad

En mi opinión aquella intervención posiblemente marque la cúspide de su pensamiento altruista, unido a una personalidad que lograba entusiasmar y emocionar a todos. Nada de simplezas de ocasión ni palabras vacías vestidas de oropel; eran verdades como un sol que retumbaban en el inmenso salón y que nadie honesto podía negar.

Y llegó a preguntar para qué sirve la ONU si, obviamente, se refería a que hacían falta acciones concretas para combatir tanto sufrimiento de la humanidad.

Naturalmente, por asociación viene a mi mente la situación de nuestro hermano pueblo de Bolivia, porque todo indica que la sombra de la apatía ha echado su manta criminal sobre muchos gobiernos, organizaciones de derechos humanos y hasta la propia Naciones Unidas.

Es como ver un horrendo crimen contra los valores más sagrados de este mundo y permanecer en una espantosa quietud como si la solución apareciera por generación espontánea.

Es observar cómo se le echa lodo a los tremendos logros del gobierno de Evo Morales y virar la vista a otro lugar. Es, en suma, un asalto violento al pueblo que ha dejado ya muerte de humildes gentes que ayer fueron olvidados y con Evo conocieron, por primera vez, los derechos que les corresponden como seres humanos.

Y ahora llega el águila rapaz y odiosa a barrer todo a sangre y fuego mediante un golpe de Estado, acción que ha resurgido por obra y gracia del emperador de turno y sus lacayos.

El mundo ve cómo, con inaudita arrogancia, se aplasta una Constitución, se persigue y asesina a líderes sociales, se les dispara como si estuvieran cazando animales, se utiliza el gas lacrimógeno, y muchos más atropellos a la noble población indígena, que es como masacrar a sus padres fundadores.

Y ahora viene una mujer ¡lástima que lo sea! y para asombro del mundo se autoproclama Presidenta de Bolivia, siguiendo disciplinadamente las orientaciones del imperio y de la desprestigiada OEA; el primero ladrándole al mundo su simpatía por el crimen, y la segunda como el clásico perrito faldero que hasta siente orgullo de serlo.

Y a tanta infamia los poderosos la llaman una verdadera democracia, es decir, no la de Evo apegado a la Constitución y con enorme cariño de su pueblo humilde, sino la del garrote aunque deban morir cientos de seres humanos, porque lo importante es mantener el poder de las llamadas “clases superiores” o “triunfadores” que aplastan a los perdedores. Ni más ni menos: esa es la triste realidad que todos estamos en la obligación de combatir si es que queremos vivir en un mundo más justo y para que las generaciones venideras no nos tengan que reprochar nuestra indolencia por no tener el valor de luchar.

Si alguien quiere saber hasta dónde puede llegar el imperio contra Bolivia o cualquier otra nación, vea usted lo expresado por un energúmeno yanqui sobre Fidel, a principio de la Revolución cubana: “lo digo claramente, no me importa si Castro sale de Cuba de manera vertical u horizontal, lo que sí está claro es que tiene que irse”.

Y ahora la “gran señora” autoproclamada Presidenta de Bolivia urde artimañas inconstitucionalmente para echar un manto a la costra podrida de la villanía, y que poco a poco la gente se olvide que en esa nación se ha cometido un crimen horrendo. 

No se puede perder la fe, bien sabemos que hasta los muertos y heridos masacrados por el odio un día le pasarán la cuenta. Evo irá a la historia como un mártir, y estos malos hijos de nuestra América, como los que reniegan de sus propios padres que le dieron la vida.

“Sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes, no se levantan edificios de cordialidad y de paz”.  José Martí

 

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