Imagino que en el mundo entero muchos millones de personas se harán la misma pregunta…¿Cómo es posible tanta desfachatez al autoproclamarse paladines de los derechos humanos y, a la vez, sembrar muerte, destrucción y, sobre todo, mucha injusticia en este mundo nuestro e, incluso, en su propio país? Pero es cierto, aunque duela y se sienta una indignación que rebasa todos los límites de ecuanimidad.
Con increíble naturalidad sus presidentes y altos funcionarios de EE.UU. declaran violadores de derechos humanos, precisamente, a los que invaden, bloquean y les hacen padecer un sufrimiento perenne. Tales prácticas, como es conocido vienen desde muy lejos en el tiempo.
La lista de grandes violaciones de derechos humanos que causa EE.UU. contra el mundo y en su propio país es verdaderamente alarmante; y no es posible mencionarlas todas, no obstante veamos algunas: durante el 2020 en ese país, según datos de Mapping Police Violence, 316 afro descendientes murieron a tiros por la policía; las protestas contra el racismo dejó un saldo de 10 mil manifestantes arrestados, incluidos 117 periodistas que fueron golpeados y rociados con gas pimienta; mientras esto sucedía morían 5 estadounidenses cada hora víctimas de armas de fuego y 64 fallecían a causa de la incompetencia del gobierno ante la Pandemia Covid-19, encabezando la lista de los países más contagiados del mundo. Hasta el propio Washington Post llegó a afirmar que eran “asesinatos autorizados por el Estado”.
Otros ejemplos: durante el año ya señalado aumentó la pobreza y el hambre ¡en el país más rico del mundo!; la tasa de desocupación llegó al 21,2 %, y, en paralelo, 614 multimillonarios, según la revista Forbes, aumentaron su riqueza en 931 mil millones de dólares. Pero jamás se conforman en su accionar macabro, y también vulneran los derechos humanos, incluyendo la vida como el más preciado de los derechos, de todo pueblo que quiere resistir tanta villanía. La ONU hace múltiples llamados para que se levanten las sanciones durante la pandemia, e inversamente proporcional, Estados Unidos intensifica bloqueos económicos y sanciones contra Cuba, Irán y Venezuela, por solo mencionar algunos casos.
Como se conoce es práctica habitual que ese país no asuma decisiones que se adoptan en el seno de las Naciones Unidas o en cualquier otra organización que trabaje a favor de la convivencia humana; sencillamente hace caso omiso, burlándose así de la comunidad internacional. Un ejemplo muy claro de lo dicho es el caso de nuestra Cuba.
Año tras año la Asamblea General de la ONU se pronuncia abrumadoramente en contra del bloqueo, pero en la misma medida aumentan sus acciones ilegales e inmorales contra la isla. Por supuesto, no incluyo este caso como quien descubre el agua tibia, pero si lo hago es porque creo en la necesidad de denunciar a cada día y minuto tanta afrenta a la dignidad de nuestros pueblos. Y también por ser convencido de que contemplar los crímenes y no hacer nada por evitarlos, es una manera de contribuir, pasivamente, a su ejecución y perpetuación.
Todo esto y mucho más es la consecuencia de un sistema que se basa, para su desarrollo, en la injusticia más criminal; es una carrera desenfrenada, desde 1776, por sus ideólogos más repugnantes. Por ello resulta imprescindible, más que nunca la resistencia, y la lucha constante por derribar tanta maldad. No hay alternativa posible. Lamentablemente, el imperio ha llevado a la humanidad a lograr un objetivo que parece único: obtener grandes remedios para grandes males. Debían tener presente:
Cuando al peso de la cruz / El hombre morir resuelve / Sale a hacer el bien, lo hace y vuelve / Como de un baño de luz”. José Martí