Para todos los tiempos, un partido de Revolución

Como lo definiera su fundador, José Martí, el Partido Revolucionario Cubano fue «un partido de revolución» y tuvo ese carácter porque rompió los moldes establecidos por los partidos políticos burgueses y sentó nuevas pautas, tanto desde el punto de vista de su estructura como de sus objetivos. Fue un partido creado para hacer la revolución y se nutrió, fundamentalmente, de los sectores más humildes entre los cubanos.

El análisis de las causas que impidieron el éxito de los cubanos en la Guerra de los Diez Años hizo comprender a Martí que la unidad era un factor imprescindible para el triunfo sobre del colonialismo español y el alcance posterior de una sociedad libre y democrática.

El Partido Revolucionario Cubano no era un conglomerado de elementos dispersos, de individuos ligados espontáneamente a un partido, sino un conjunto de organizaciones (los clubes y asociaciones de los emigrados cubanos radicados en los Estados Unidos y en algunas repúblicas latinoamericanas) que se nucleaban en torno a un amplio y profundo programa político, expuesto en sus Bases, y que acataban y cumplían los lineamientos internos y principios organizativos del Partido, contenidos en los Estatutos Secretos.

Es así como el PRC surge como un aparato político nuevo, nacido de una conjugación dialéctica de medios y fines. No habría podido ser un partido de revolución sólo por su estructura y organización, sino que la concepción martiana del partido está indisolublemente ligada al alcance y la profundidad de los objetivos de la revolución que se propone.

El programa del PRC, si en aquella coyuntura histórica no era posible materializarlo en su totalidad, daba respuesta y planteaba soluciones a las necesidades y exigencias objetivas.

Las fuerzas revolucionarias susceptibles de ser agrupadas en la unidad de acción necesaria para cumplimentar el programa de la revolución, eran -y no podían ser otras- que las que formaban los obreros de la emigración y de Cuba, en especial los tabaqueros, los artesanos, la pequeña burguesía, los pequeños propietarios rurales y, en general, los sectores más desposeídos del país.

El programa del Partido Revolucionario Cubano tenía como meta alcanzar toda la justicia, además de su vocación internacionalista, al proclamar legítima la independencia de Puerto Rico, unida a la de Cuba.

También, su acento antiimperialista venía de la toma de conciencia que Martí logró divulgar en sus escritos contra la política expansionista y de rapiña de los Estados Unidos sobre los pueblos de América, así como los intentos de anexión que no ocultaba con relación a Cuba.

Los dirigentes independentistas lograron la participación efectiva de las masas de cada localidad en la dirección colectiva de sus organizaciones durante la etapa preparatoria de la guerra, lo que garantizaría, una vez iniciada esta, la fidelidad a la causa a la que todos habían contribuido, el apoyo continuo a los soldados o la participación directa en los combates, hasta alcanzar la victoria sobre el colonialismo español.

A la vez, el ejercicio cotidiano de estos principios sería el bastión más firme de la democracia en la república que se alcanzaría mediante la lucha armada, pues tales prácticas habituarían a los futuros ciudadanos a concebir una sociedad organizada sobre la base del respeto a los derechos y a la dignidad plena del hombre.

Han transcurrido casi 129 años de la fundación de aquel Partido concebido y organizado por el Apóstol de la Independencia de Cuba y su legado mantiene total validez.

El Partido Comunista de Cuba -al decir del Comandante en Jefe Fidel Castro- tiene en el Partido Revolucionario Cubano su «precedente más honroso y más legítimo». La vigencia del pensamiento martiano se reafirmará cuando esta máxima y gloriosa organización política iniciará, precisamente coincidiendo en fecha con la proclamación del PRC en 1892, su ya trascendental 8vo. Congreso, en hermosa expresión de continuidad, y en saludo al aniversario 60 del carácter Socialista de la Revolución y de la Victoria de Playa Girón.

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