Sencillamente, “Mamá” (+Audio)

Y cada hijo tiene su propio libro de la vida, ese que mamá nos va ayudando a escribir, y con él, aprendemos a andar. Porque hijo agradecido vuelve, vuelve mil veces a esas páginas.

Por eso, ahora mismo, vuelvo a ver a mi madre, aquella madrugada de hace mucho más de seis décadas, terminando a duras penas mi primera camisita blanca, hecha de una de mi padre, para estrenarla con la salida del sol, en la Escuelita Pública, para los más pobres del barrio.

Y la vuelvo a ver, explicándome por qué los Reyes Magos, no pasaron por casa este año, ni el otro, ni el otro, mientras pasaban, y volvían a pasar, por las suntuosas casas de algunos vecinos, desde donde se vanagloriaban sus hijos, mostrándome su carga de hermosos juguetes.

Madre mía, quien todos los días trataba de explicarme, por qué en casa de los vecinos no me dejaban sentarme en sus asientos, cuando en los atardeceres iba a que me permitieran ver su televisor, pero siempre sentado en el suelo.

Madre mía, a quien casi nunca vi estrenarse nada, y que muchas veces me aseguró, que del pollo, su preferencia estaba en las alitas, y la nuca.

Madre mía, de inteligencia desbordada, pero dolorosamente no desarrollada, porque en tiempos de su niñez y juventud, no se oían términos, que mis hermanos, y yo mismo, vimos como cotidianos, y fueron entre muchos más, los familiares Revolución, Secundaria Básica, Pre Universitario, Universidad.
Derechos idénticos para quienes nada llevábamos en los bolsillos.

La vida me dio el premio de cultivar una noble profesión, de la cual ella se enorgullecía todos los días, desde la humildad de su existencia.

Aquella primera camisita blanca, hecha de viejos retazos, me dejó la lección de que lo material exterior no es lo más importante en la vida. Los invisibles Reyes Magos, que nunca pasaron por mi vieja casita, me dejaron la lección de luchar siempre por la igualdad, y apegado firme a los valores morales, a los principios, y las convicciones, más que a las riquezas materiales de unos pocos.

Ella partió, partió demasiado temprano, es lo único que a veces le reprocho a mi viejita, caray.

Pero en mi andar por la vida , cuando miro a los ojos de obreras, de campesinas, de doctoras y milicianas, a cada rato la siento, la siento cercana y multiplicada, cuando me cuentan de sus vidas difíciles, cuando me cuentan de los hijos, de los nietos, y de la familia toda.

Y en estos días más, mucho más, cuando mi grabadora de reportero, recoge la voz entrecortada de un hijo agradecido, orgulloso de tener una madre en la Zona Roja, de un Hospital, arriesgando vida propia por la de los demás, Y cuando conozco a doctoras, muy jóvenes, que pudo ser en Gibara o en Banes, en el Reparto 26, o en Santa Cruz, quienes, con lágrimas en sus ojos, recalcan siempre:

Mi madre estará orgullosa de esta hija suya, que sigue su ejemplo”, o “mis hijos, cuando crezcan, estarán orgullosos de su madre …

Pero esta historia, no es “mi historia”, ni pretende serlo.

Esta crónica, no es “mi crónica”, ni pretende serlo.

Solo le pido, a cada uno de ustedes, repasar unos minutos, solo unos minutos, ese libro de la vida, que cada uno llevamos en nuestro andar, por los caminos del destino.

Y otra vez, como tantas, agradecerle a ella, infinitamente presente, en cada uno de esos capítulos, desde aquel día lejano, cuando ella, nuestra madre, se colmó de dicha y orgullo, al vernos hilvanar las dos silabas, y las cuatro letras, razón de nuestra existencia : Mamá.

Sencillamente, Mamá. 

 

 

Autor