Un deslumbrante entorno geográfico de islas y riberas continentales, devino historia común de dolores, luchas y esperanzas. Esa gran noche de la humanidad que resultó la esclavitud, arrancó de África y trajo al Caribe seres marcados por el látigo en la espalda; pero con un poderoso canto en la garganta.
La mixtura aborigen, africana y europea (con su ingrediente asiática), se dio en plantaciones, algodonales, minas, barracones, casas señoriales; pero también en las creencias, los ritos, la música, la cocina, los mercados. Esa mezcla devino, en un largo proceso, en mixtura del espíritu. Y su influencia se ha extendido a otras geografías en medio de la diáspora.
Nunca se me olvida como en medio de una de las ediciones de la Fiesta del Fuego o Festival del Caribe en Santiago de Cuba, se transmitió un programa de radio para la pequeña isla de Aruba. Se habló en papiamento, lengua criolla que mezcla el español, el portugués, el indígena arahuaco y diversas lenguas africanas. Y, al final, todos nos entendimos.
El gran poeta Jesús Cos Causse lo vio así. “El Caribe es una forma de ser que no tiene que ver con tambores y mulatas. Es un asunto sanguíneo, y es ante todo, la historia común. Esa es la raíz secreta que nos define, más allá de los idiomas y las razas. Es la identidad que une a un cartaginés, a un barbadense, un jamaicano, un panameño, un guyanés…”.
.El Caribe es un espacio de paz. Un espacio de convivencia armónica de las diferencias, un espacio plural. Y cada vez que los pueblos del Caribe se reúnen para reconocerse y concertar estrategias bien culturales o económicas, bien turísticas o sociales, tienen mucho que enseñar a un mundo azuzado por tantos odios.