Fidel, legado que trasciende épocas

Fidel es un paradigma de maestro en toda su dimensión. Con sapiencia y poder de convencimiento, nos instó a develar el secreto de las cosas; su verbo de filo cortante y su lúcida mente han estado prestos para advertir, convencer, escudriñar el futuro con la perspectiva de un presente que reclama el concurso de las buenas voluntades.

Con justo derecho conquistó un título cuya nobleza trasciende el abolengo de barones y sires: Comandante en Jefe. En ellas se resume lo excepcional y divino de la raza humana: soldado imbatible, revolucionario sin tacha, luz futura.

Fidel fue padre, hermano, compañero, amigo, que nos guió por derroteros de combate e intransigencia. Cada día nos enseñó el valor y la sinceridad de ser humildes, porque lo más importante es no albergar ambiciones o vanidades, sino entregarlo todo a favor de las causas justas.

Ahí están vivas sus alertas, pues el camino siempre será difícil y se requiere el esfuerzo inteligente de cada uno de nosotros, desconfiando de las sendas aparentemente fáciles de la apologética o la autoflagelación. No hay mejor antídoto que poner alma y vida en las metas.

Su magisterio es tan caudaloso que nos invita a ser prudentes en el éxito como invariables en la adversidad, y este es un principio que no podemos olvidar, a sabiendas de que el enemigo que nos acecha es sumamente fuerte.

Durante medio siglo hemos mantenido al imperio a raya, y eso -lo sabemos-, en parte obedece a su ejemplo personal y a su valor a prueba de balas y falacias.

Las metáforas no lograrán aquilatar la vida de un nombre irrepetible. Fidel es algo más; es un ser de carne y hueso que superó todas las épocas.

No hay cabida para la tristeza porque Fidel nos enseñó que debemos mantener la fe inclaudicable en los principios, sin perder el brío y la decisión de los que no conocen la derrota. Y en este momento doloroso, nos toca engrandecer el legado eterno de quien creyó que aún hay lugar en la Tierra para la felicidad de todos.

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