Julio Le Riverend: su ética y autoridad científica. Recuerdos

Seleccionado entre varias eminencias científicas cubanas integró la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias de la República de Cuba, creada por Ley No. 1011 de 20 de febrero de 1962, de donde nacería la institución de igual nombre presidida por el Doctor Antonio Núñez Jiménez.

Sería Le Riverend un ejemplo en sus relaciones con las personalidades que dirigían sus Institutos, Departamentos y Grupos de Trabajo, de dicha institución y que estaban subordinados a su Vicepresidencia.

Hijo de padre cubano y madre francesa, nació el día 22 de diciembre de 1912, en la Coruña, España; supo participar, como Director también del Instituto de Historia y del Archivo Nacional, respectivamente, en proyectos y programas de esa especialidad para distintos niveles de la enseñanza en Cuba.

Personalmente, siendo el más joven del equipo de la Presidencia de la Academia de Ciencias me ayudó a conocer, siendo un gran privilegio, a los más renombrados científicos cubanos, como fueron José Antonio Portuondo, Salvador Massip, Sara Isalgué, Pedro Cañas Abril, Darío Guitart, Abelardo Moreno, Argeliers León y otros.

El Doctor Le Riverend inspiró al pintor cubano Orlando Yanes

La gran amistad que fomentamos se amplió a la familia. Conocí a Mercedes, su inseparable y cariñosa compañera de toda una vida, así como a sus queridos hijos Lochy, Ada Rosa y Julito. Era un ejemplo como padre.

Junto a la Doctora en Ciencias Históricas, en Pedagogía y en Filosofía y Letras, Hortensia PichardoRecuerdo cuando le mencioné por primera vez el deseo de discutir mi primer grado científico, no perdió tiempo para decirme que él quería ser mi tutor.

El privilegio de tenerlo cerca se ahondó con los viajes al exterior que debimos hacer juntos a otras Academias de Ciencias en Europa y Asia, y a otros congresos internacionales de Historia. ¡Cuánto de ética profesional y de cultura admiré y aprendí de él!

Amplio conocedor de la nación y cultura galas, con excelente dominio de los idiomas francés e inglés, varias veces le escuché entonar canciones que de niño le había enseñado su mamá, en aquel largo periplo que iniciamos de conjunto en 1967 teniendo a París como centro hacia otros países europeos, y donde fuimos recibidos en sesión solemne en la Academia de Ciencias de Francia.

Por diez años estuvimos juntos en la Academia de Ciencias de Cuba hasta que fue designado Viceministro de Educación y posteriormente, Embajador de Cuba ante la UNESCO, en París.

Así y todo, no dejó de ser mi tutor asistiendo como tal a la defensa que se realizó en el Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Polonia, en 1973. Años después repetiría ese gesto cuando pasé a defender el grado de Doctor en Ciencias, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Julio le Riverend mantuvo una estrecha amistad con Nicolás Guillén y Carlos Rafael Rodríguez Nuestro reencuentro laboral sería en la Biblioteca Nacional José Martí cuando él fue nombrado su Director y mi persona, posteriormente, su Subdirector. 

Al frente de esa institución desplegó un dinámico trabajo en la organización de los fondos existentes y su conservación, estimulando conferencias, fortaleciendo los vínculos con otros ministerios y organismos del país, tratando por todos los medios que la importancia de la institución se conociera mucho más en Cuba y en el extranjero.

Fue obra de él la constitución de la Cátedra María Villar Buceta, como tribuna para presentar trabajos de la mayor calidad en el orden de la bibliotecología y la cultura cubanas. Su educación, prestigio como intelectual y tacto político, le posibilitó una comunicación fluida con los técnicos, investigadores y trabajadores en general.

Sincero, capaz, y valiente a la hora de analizar cuestiones de suma importancia, siempre desde posiciones constructivas no tenía impedimento alguno en rectificar un criterio cuando le ofrecían elementos suficientes. Era solidario, sabiendo echar a un lado lo material para ponerse en función de la necesidad de otros, haciéndolo de la manera más natural.

Sobre el papel de la juventud en el desarrollo científico y cultural de Cuba tenía un criterio muy firme y que practicó consecuentemente. Decía: «He sido, desde hace tiempo -años- partidario de promover a la gente más joven y con chispa, hay que darle la oportunidad de adquirir la experiencia que mi generación no tuvo, enfrentándose a otras tareas».

Como antecedentes importantes en la defensa de sus ideas revolucionarias que lo condujeron a la cárcel, por su enfrentamiento a la dictadura machadista, entre 1932 y 1933, fue elegido, en París, Secretario General de la Unión Latinoamericana de Estudiantes.

En Cuba, fue integrante del Consejo de Redacción de la Revista Páginas, entre 1937 y 1938, demostrando en sus artículos un certero juicio histórico y su seriedad científica.

Desde aquellos tiempos fueron muy estrechas sus relaciones con Juan Marinello, Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez, Fernando Ortiz y Emilio Roig de Leuchsenring.

Una de sus últimas responsabilidades consistió en la fundación de la Unión de Historiadores de Cuba, de la que fue su primer Presidente desde 1981 a 1985.

Cuando se produce su deceso tenía en su haber numerosas condecoraciones y reconocimientos nacionales e internacionales. Se le recordará siempre como el autor de obras imprescindibles como la Historia Económica de Cuba y República, dependencia y Revolución, entre muchas, destinadas a la comunidad científica y al sistema de educación.

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