Desde la Guerra del 68 el joven Antonio abrazó la lucha y cuando todo parecía perdido alzó su puño y su voz resumiendo la decisión de Cuba de seguir luchando por su independencia.
Aquel hijo de venezolano y madre descendiente de dominicanos se sintetizó en la expresión de una Cuba intransigente y del grito de una América heroica cuya simiente nos llegó desde la misma tierra de El Libertador, desde aquellos llanos por donde campeó, jornada tras otra junto con Sucre y tantos otros hacedores de la patria grande.
Al General Antonio se le adjudicó la categoría del bronce por el color de su piel; quienes lo llamaban así, tal vez ni ellos mismos cayeron en la cuenta de que el término también simbolizó un atributo de su virilidad, valor y firmeza de principios.
Solamente la convicción plena en la justeza de un ideal puede conseguir que un ser humano se sobreponga a la adversidad, las dificultades y el mismísimo dolor.
Decenas de heridas en combate no fueron nunca suficientes para ahogar aquel ímpetu guerrero. Las ideas, más contundentes que piedras, balas y dolor, realizan el milagro de la voluntad y el coraje por encima de la sangre, las lágrimas y el dolor.
Si Mariana, su progenitora, es también la nuestra en su condición de Madre de la Patria, todos los cubanos y cubanos somos hijos suyos, hermanos del General Antonio, y llevamos en el alma nacional ese tan amado como divino mestizaje latinoamericano.
Eso explica cómo la Generación del Centenario de José Martí pudo ignorarlos placeres de la juventud para asumir el sacerdocio de la consagración patriótica.
Fidel, Raúl, Almeida, Frank, Haydée, Melba, Celia, Vilma, Camilo, Che, todos cubanos y latinoamericanos forjados con la conciencia y el valor en el candente horno del mestizaje y la vergüenza; del patriotismo y la fuerza de las ideas.
Como los miles de hijos e hijas de Cuba que un día fueron al África a saldar la deuda de gratitud por los hijos que con dolor le arrancaron y cuya descendencia es hoy patrimonio hermoso y amado de esta patria.
El General Antonio, aquel de tanta fuerza en la mente como en el brazo, hermano de Fidel en el bronce patriótico que nos une, sigue en pie.
Desde El Cacahual, junto con su ahijado y ayudante Panchito Gómez Toro, hijo del virtuoso Generalísimo, enfila firme su mirada al oriente cubano, al venerado lugar donde descansan los restos de Céspedes, Martí, Mariana, Fidel; y desde la eterna morada reitera firme: «…quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha».