Tía Sera, mi ángel verde olivo

La combatiente, la guerrillera, la que me contaba de los rostros sin rostros de la clandestinidad, de cómo en una sayuela se cosían uniformes, y se trasladaban desde Camagüey hasta la Sierra Maestra sin la más mínima sospecha de los casquitos de Batista. O la que guardaba con celo, dentro de sus retazos de costurera, algún que otro bono del M-26-7; la que me enseñó a fumar, y me hizo conquistar las noches de desvelo a base de borra de café hecho en Cuba con pan tostado o galletas.

Se me fue Serafina, la tía que colmó de cuentos mi infancia, y me llevó con ella cuando yo no quería seguir la Secundaria en La Habana, y me arropó en su seno como una madre, hasta que concluí mis estudios preuniversitarios en la Isla de la Juventud.

La que lloró -nunca lloraba- cuando su hija ganó la carrera de Medicina, y volvió a llorar cuando su otra hija-sobrina alcanzó la única carrera de Periodismo en aquellos duros años 80. Ella decía que eran guerras ganadas y/o sueños conquistados.

Partió Serafina, y sus sobrinos no tienen consuelo; era la tía que regañaba con fuerza, con vehemencia, con fidelidad a su bandera, a su historia, a toda la Gloria de la Revolución, por eso en la Funeraria de Guanabacoa le buscamos su amada bandera cubana y su inseparable café…

Aún siento esa mirada de ángel conspirador que me acompañó en el Hospital «Calixto García», donde hace poco esperaba para ser operada, y me confesó que iría pronto a cuidarme a mi casa y que íbamos a estar ella y yo solitas para hablar de lo que se le diera la gana, porque simplemente sentía ese compromiso de cuidarme como una madre amantísima.

Se fue mi tía Serafina, que amó tanto a Guanabacoa, donde pasó buena parte de su juventud y donde está germinando su familia toda. La que amó con la misma fuerza a la Isla de la Juventud, la isla de su corazón y de sus hazañas diarias, donde sembró el amor en sus hijos «postizos» Emilito y Marianito. En ese terruño construyó y fundó el Poder Local, hoy Poder Popular. Vertió ejemplo y singularidad en la costura que se tejía en «Dimas Pozo»; en las construcciones de las «Escuelas en el Campo», y en la génesis de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC), en el municipio especial.

Serafa, que a cuenta de todo y todos, siempre quiso volver a Camagüey porque tenía otra familia que la esperaba en Vertientes, en Florida, en Esmeralda, en Manantiales; allí también tuvo infancia y adolescencia; forjó su juventud rebelde y gallarda; conoció a Benny Moré, y se convirtió en una hija auténtica del bayardo Ignacio Agramonte y Loynaz.

Dice su inseparable nieta Bea, que murió tranquila, que no dio lucha. Serafina fue genio y figura. Ana Ivis, su sobrina predilecta, cuenta que cuando se fue Fidel, algo en ella se rompió, y la aprisionó una falta de aire que nunca más se le fue. Desde el 26 de noviembre apenas se alimentaba; tenía un dolor irresistible en su estómago,  y dejó de guardar su pomito de medicina con un poquito de café que le duraba todo el día.

Serafina fue a sembrarse en otro espacio, y su única hija está en Brasil cumpliendo misión internacionalista como médico; mientras esperábamos su llegada la familia toda se dio un abrazo infinito con Ana Beatriz, Carlos Javier y el pequeño Alejandrito, quien no entendía por qué todos lloraban la ausencia de su «abue».

Igual, como aquel día 12 de agosto en que perdí a mi madre, de nuevo, a pesar de mi operación venerada y bendecida por Serafina, igual, me duele el Alma, y me duele el Alma porque me falta Serafina, mi amiga del café (porque ya no fumo), mi «tiíta» del alma y de mi corazón, la única hermana de mi progenitora, la que me arropaba y malcriaba, la que disfrutó al máximo mi «Micrófono de la Radio»… y a quien dediqué en vida todas mis victorias profesionales.

Adiós Serafina, vuelves a reunirte con tus hermanos, los González Díaz;  fuiste de ellos la primera en venir al mundo y la última en despedirte. Con tus 84 años supiste vencer todos los obstáculos con el sabor de la victoria. Hoy te convertiste en cenizas, pero siempre cuidarás de nosotros con el orgullo de saber que, desde la altura de tu encargo familiar, seguirás siendo nuestro ángel verde olivo.

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