Radio Siboney, en su carácter especializado en la temática cultural, transmitía íntegramente para la audiencia. Cada noche era un suceso en la antigua Iglesia Nuestra Señora de los Dolores, reconvertida en una de la salas de mejor acústica del país.
Una experimentada locutora solía presentar la gala para nuestra casa radial y yo la apoyaba con algún comentario. En los intermedios, hacía las entrevistas y entonces los papeles se invertían, ella era mi segunda. El tono era medio, pausado, sobrio.
Recuerdo el diálogo con el compositor Roberto Valera. Unos minutos fértiles, exprimidos. Un lord tropical a mi lado, un gentleman. Él le envió una carta a Electo Silva, el director del Orfeón Santiago, el 30 de enero de 1970:
“(….) tómate las mismas libertades que si se tratara de música tuya, lo importante es que suene ‛sabroso’, y eso tratándose de música para coro, nadie como tú para lograrlo”.
Cuando llegue la luna llena / iré a Santiago de Cuba,/ iré a Santiago, /
en un coche de agua negra /Iré a Santiago(…)/ ¡Oh cintura caliente y gota de madera!/Iré a Santiago…
Los medios de difusión masiva cuentan la historia de los demás y al hacerlo, trazan la suya propia. Parte importante del conocimiento y la memoria que acumulamos es deudor del legado de técnicos y artistas, de sus estrategias para aprehender, para expandir la creación.
Una transmisión en vivo es reto.
En la segunda noche del Festival Internacional de Coros, abrí el programa. Una agrupación de Helsinki sería la protagonista. Una lista de nombres exóticos, de fonemas desconocidos desfilaron ante mí. Cervantes en el Báltico. Ensayé, tanteé, porfié… mas decidí que esta vez tomaría otros caminos.
Una cosa es el reposado camino de la escrituridad y otra diferente la oralidad exprés, el impromptu radial. Y antes de pifiar, callar. Lo tengo bien aprendido.
Sin embargo, un micrófono abierto es un imperativo. Era la hora. Realicé un breve recorrido por la cultura nórdica. Si se trataba de Finlandia, se trataba de Jean Sibelius (1865-1957).Rematé con un poco de historia, con la habitual presencia de los coros escandinavos en estos festivales.
Sin memoria no hay nada. Sin preparación, tampoco.
Aquellos nombres que rumié en mis adentros, revelaron su inusitado encanto. Salió el sol de medianoche, cruzamos el país de los mil lagos, nos internamos en un bosque de abedules.
El presentador nos develó el misterio de las ocho vocales del idioma finés, nos remontó a Finlandia. De allí venía, justamente. Y yo ―en medio de las voces, al lado del aplauso―, pude entender que hay silencios de oro.