Una de las grandes ventajas de la radio es su carácter ubicuo. Usted puede estar haciendo cualquier faena y estarla escuchando, no necesita detenerse frente a ninguna pantalla, porque ella es la gran pantalla, como se ha dicho con toda razón.
Cada vez que la menosprecian, que la soslayan, que decretan su defunción, ella emerge vencedora y sigue cumpliendo años, sumando audiencias, despertando asombros. Por supuesto, su supervivencia radica en su capacidad de penetración en los públicos, su espíritu inquebrantable de compañía y su adaptabilidad, para decirle al oído, lo que usted necesita, lo que usted sueña.
Las imágenes no son únicamente visuales. Las imágenes, son por esencia, mentales. Es el complejo proceso físico y sicológico de decodificación, asimilación e interpretación de aquello que nos impacta. Un impacto es la focalización selectiva de la atención. Una imagen compromete el resto de los sentidos, atraviesa filtros de muy diverso tipo y está mediada por nuestras percepciones, experiencias y cultura.
En esa eterna batalla de la creación, con la exigencia del día a día, los radialistas tratan de aprehender (han de hacerlo) la multiplicidad que nos rodea, la realidad que fluye a nuestro paso; o esa otra, la realidad imaginada que luego se expande en la programación dramatizada: cuentos, teatros, novelas…
Contar es la piedra de toque, es decir, establecer un hilo argumental coherente, escoger los resortes sobre los cuales eso que se cuenta se desarrollará, insuflar vida a los personajes y al escenario, atrapar la atmósfera que llenará de vida todo aquello que se quiere exponer.
Así como en el teatro se cuentan con las luces o la escenografía, en la radio se tiene el sonido, el silencio, los efectos, la música. Y por supuesto, la capacidad para fundirlos con alta costura, por así decirlo. Sin atmósfera nada vibra, nada palpita.
Vivimos en la era de la comunicación y alrededor de los públicos se mueven las plataformas tradicionales de información o los soportes de más reciente data. En todos ellos cabe la radio: la analógica, la tradicional, la que escuchamos todos los días; y aquella que se ubica a demanda, la radio que se escribe o incluso se televisa, en la infinita esfera digital.
Contar, pues, se ha vuelto decisivo. Tocar a quienes nos escuchan con historias cercanas, transmitida ahora mismo o convertidas en cápsulas que habrá que poner a su disposición.
¿Contar qué? Contar la vida, con sus personajes, sus cosas y sus casos. Como un juego de espejos: la radio en la gente y la gente en la radio. Atrapar el color, centrarse en hallar el repertorio justo (lingüístico y sonoro) para hacerlo, arriesgándose a caminar, no por los trillos de siempre, sino por otros caminos a desbrozar. O, buscar en cada paso dado, nuevas aristas, nuevos brillos.
Hay que creer en la historia que se tiene entre manos. Cada historia que hacemos es en ese momento, la más importante del mundo y así ha de tratarse: con delicadeza, con firmeza, con esperanza. Lo que nos toca, ha de tocar. Lo que nos estremece, ha de estremecer.
Informamos con fruición, datos y más datos; pero tantas veces perdemos la esencia de lo que merece ser narrado, la singularidad que el destino nos reserva. Tras un galardón merecido, tras un premio entregado, hay una vida que precisa ser contada, una pasión que se derrama. ¿Por qué se nos escapa cada vez?
La concentración y el objetivo resultan fundamentales para, en medio de los avatares cotidianos, detenerse un momento a auscultar la historia. Un campeón olímpico, una tejedora, un chef, un jardinero, un cosmonauta… todos y cada uno de ellos, en sus diferentes ámbitos, en sus distintas dimensiones, tiene una historia por atrapar.
- Ninguna historia es mejor que otra: todas nos retan, todas nos aguardan