Luis Calderín no sabe que es un héroe
Una caravana de camiones cargados de hombres recorría el camino polvoriento que lleva del Jagüey a Playa Girón. Era el batallón 120, integrado por milicianos de Bauta, Guanajay y Marianao. Transcurría el día 18 de abril de 1961.


Entre el desbarajuste infernal que vivimos en el mundo, causa verdadero estupor, ligado con indignación, comprobar hasta dónde llega el imperio en su loca carrera para mantener su hegemonía, la misma que ya percibe en declive.
Lo primero que se requiere para conocerlos es examinar la definición de éstos, que se me ocurre denominarlos los rebeldes y los mansos.
Soñemos por un instante que los ricos de este mundo deciden aportar una parte de sus riquezas al gran conglomerado de los pobres. ¡Y aún así! la injusticia se mantendría inconmovible, porque el grave problema no obedece a una sencilla decisión de los poderosos –por supuesto irrealizable- si no porque se acepte como algo normal, desde tiempos muy añejos, que existian ricos y pobres; aquellos logrando sus fortunas explotando, y los otros, mansamente explotados hasta límites insospechados de crueldad y avaricia desbocada.
Trujillo, Somoza, Batista, Pinochet, Stroessner, Duvalier, y otros muchos en el mundo, fueron verdaderos asesinos de sus respectivos pueblos, causantes de grandes masacres, desapariciones, torturas, abandono, y un sinfín de crímenes de todo tipo.