100 años: Elogio de la radio

Dicen que fue con una corneta de juguete que comenzó todo, que Luis Casas Romero daba el toque de atención y tras captar el cañonazo de las nueve desde San Carlos de  la Cabaña, decía ante el micrófono: “Son las nueve en punto”. No era simplemente la hora, era un conjuro para soñar. Luego venía el pronóstico del tiempo, y a seguidas, su hija Zoila Casas presentaba una canción y narraba un breve historia infantil. Sería una corneta de juguete, sí; pero el  compositor, flautista  y director de banda Luis Casas Romero y su familia, no jugaban. Desde su casa en Ánimas 99, surcaron el aire las primeras transmisiones habituales de la radio cubana. No es que no hubiese antecedentes ilustres ―como el caso de Manolín Álvarez en Caibarién―, sino que la 2LC se convirtió en símbolo de una nueva época hace ya cien años Le han decretado  muchas muertes, pero la radio es una continua renacedora. No es hermana menor de nadie,  su estatura está probada. Es una manera colectiva de hacer arte y en consecuencia, forja lazos irrompibles. La radio reconcentra la atención:  no se distrae en edades, rostros, vestidos, gestos. Ese carácter medular, suele dar verdaderas lecciones. Cuando menciono esa palabra, “radio”, se produce el milagro. El tiempo descorre los caminos andados y aparece un niño de uniforme azul y blanco, con el arito rojo de su pañoleta en el centro del pecho. Aquel infante que conozco de cerca, sabía que cuando sonaba el espacio “Por nuestros campos y ciudades”, debía entrar al baño, y a seguidas, al filo del mediodía, cuando Radio Progreso anunciaba “Alegrías de sobremesa”, tenía que estar listo para el almuerzo, sin detenerse en el plato: ya la alegría la había puesto la radio. Minutos  después, ponía rumbo hacia la escuela. Y allá …

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La radio cubana: Un siglo de Patrimonio en contínua Revolución

El ritmo cada vez más acelerado al que galopa el mundo el último siglo y medio, y que nos enfrenta en todas sus aristas a retos más enrevesados por hora para actualizarnos, comprender y asumir, no es por azar que coincida con el auge de los medios de difusión masiva, entre los cuales, la radio ha sido protagonista. Con más alcance que su sucesora inmediata la televisión, y por supuesto mucho más que su antecesor lindante el cine, hijos casi coetáneos del largo y complicado proceso evolutivo de la Revolución Industrial desde el siglo XVII hacia la Revolución Científico-Técnica entre los siglos XIX y XX, en aquellas poblaciones tan analfabetas aún la radio se impuso fácilmente sobre el primero de dichos medios: la prensa escrita, cuya tradición se remonta al siglo XV alumbrando la revolución que ya se conformaba como la modernidad, que así nacía identificada inequívocamente desde entonces por la divulgación masiva, en interés del nuevo sistema capitalista, cuyos bordes rebosaría inmediatamente. La postmodernidad ya en sus gérmenes tras la Revolución francesa con el romanticismo, la ciencia ficción y la fotografía, diversificó esa difusión a gran escala con los aportes de las “nuevas tecnologías” de antaño: los audiovisuales; tecnologías que hoy se masifican mucho más en un quinto medio: la Internet, cuyo horizonte ciberespacial se promete infinito (el único quizás con más alcance que la radio) y más masivo e interactivo por minuto con cada sujeto, y debe a la radio sin duda, contribuciones esenciales. En resumen: como revolución genuina, aquella que ha significado la imprenta desde hace medio milenio se mantiene vivísima, rozagante y promisoria con los nuevos medios, entre los cuales, la radio ha sido vital motor impulsor retroalimentándose en la trascendencia de lo cotidiano con su autenticidad, no solo en su relación e interacción mucho más allá del mero reflejo o cita, …

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