Un monumento erigido a la esperanza

Lo supo Martí, con ese pensamiento cuyo alcance trascendió barreras temporales: era imprescindible liberar a Cuba, para contener el avance imperialista sobre los pueblos de América. Esa seguridad martiana perduró, y devino esperanza certera, sueño latente, ineludible responsabilidad. Aquellos que le siguieron en ideales, voluntad de acción y sacrificios incalculables por la Patria, también lo comprendieron y, en consecuencia, han obrado desde aquel día glorioso de 1959. Lo cierto es que, con el mérito de haber levantado una Revolución en las narices de aquellos cuya prepotencia les hace creer que, por ley divina, están predestinados a poseer lo que llaman su patio trasero, Cuba logró dos cosas esenciales: primero, demostrarles que todo el poderío económico y militar existente sobre la faz de la Tierra no puede contra la decisión de los pueblos de ser libres, de cambiar para bien el curso de su historia. Segundo: que estas lastimadas tierras de América tienen suficiente valía como para asumir el derecho de negarse al yugo, y alzar orgullosas su propia estrella. Sin embargo, el mérito de este archipiélago va mucho más allá, y quizá el término para acuñar nuestro legado, ya imperecedero para el mundo, sea, sin lugar a duda: resistencia. No solo decidimos apostar por un sistema social alternativo, humano, sino que contra todos los pronósticos de aquellos que tantas veces han puesto fechas de declive a nuestra obra, aquí estamos, batallando sin descanso contra las tempestades que nos impone nuestra digna rebeldía, y enfrascados como nunca antes en la sostenibilidad, el perfeccionamiento y la continuidad de este coloso de ideales y justicia que es la Revolución Cubana. Pero quien, como nosotros, se gana el derecho de portar una antorcha libertaria, asume con él la enorme responsabilidad de iluminar desde su ejemplo los senderos que el capitalismo neoliberal ha oscurecido; para …

Un monumento erigido a la esperanza Leer más