El último día, Fidel pronunció un discurso, conocido desde entonces como Palabras a los intelectuales, y considerado con justeza, y por varias razones, una de las plataformas fundacionales de la política cultural de la Revolución.
Ante todo cabría valorar el hecho de que el Comandante en Jefe dedicara tiempo y energía a un encuentro de esta naturaleza. Apenas habían transcurrido dos meses desde la invasión mercenaria y se hallaba fresca la resonancia de la victoria en Playa Girón. No habían cesado, sin embargo, los tambores de la guerra. Washington redoblaba sus esfuerzos para sembrar el país de bandas contrarrevolucionarias, los efectos del bloqueo se sentían con crudeza en la vida cotidiana de la población y el sur de la Florida se consolidaba como tierra de promisión y nido de subversión para la derrotada burguesía dependiente cubana.
Pero la dirección política consideró necesario e impostergable el diálogo. La cultura era —y como veremos más adelante, siguió siendo y lo es hoy— una prioridad. Entre 1959 y 1961, en medio de profundas y radicales transformaciones socioeconómicas y de la agudización de la confrontación entre Estados Unidos y Cuba, nacieron el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la Casa de las Américas, la Imprenta Nacional, se refundaron el Ballet Nacional bajo la dirección de Alicia Alonso y la Orquesta Sinfónica Nacional, comenzó a cobrar cuerpo el Teatro Nacional de Cuba y cuando faltaban pocas horas para la agresión por Girón se dio inicio a la formación de instructores de arte.
Aunque indudablemente la obra cultural más trascendente se hallaba en pleno fragor: la Campaña de Alfabetización. Más de 268 000 voluntarios, de uno a otro confín del territorio nacional, alfabetizaron a 707 000 personas en menos de un año.
Del discurso de Fidel suele citarse una sola frase: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. Ha habido más de una distorsión aviesa de la letra y el espíritu de dicha frase, como cuando contra se sustituye por fuera, o se confunde su fundamento abarcador e inclusivo con una intención restrictiva diametralmente distante de aquella muy precisa formulación política. Todo era y es sinónimo de unidad dentro de la diversidad, construcción del consenso más allá de reales y posibles disensos, amplitud de miras por encima de sectas y dogmas. Contra era y es el derecho inalienable de la Revolución a existir y conjurar, entonces y ahora, agresiones, amenazas y peligros.
Al respecto Fidel sostuvo como principio: “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”.
Y a continuación planteó: “Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los revolucionarios son la vanguardia del pueblo. Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo.
La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella”.
Una relectura de Palabras a los intelectuales nos conduce a considerar una amplia gama de asuntos y propuestas cuya vigencia, en la mayoría de los casos, debe orientar nuestros actuales empeños.
Entre aquellos destaca la perspectiva de crear y sostener un sistema de instituciones culturales que respondiera a la necesidad de estimular la creación y la promoción de esta a escala social. La democratización de la cultura ha sido uno de los pilares de la obra revolucionaria en esta esfera de la vida.
El sueño de Fidel de “crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier orden pueda desarrollarse” se ha ido haciendo realidad. Un año después con la creación de las Escuelas Nacionales de Arte, de Cubanacán, primera piedra de un renovador programa de enseñanza artística, luego presente en todo el país, niños y jóvenes que por sus orígenes no podían siquiera soñar con una formación académica accedieron al aprendizaje y el dominio de las diversas expresiones artísticas. La continuidad de ese proceso ha multiplicado, a niveles sin precedentes, las promociones altamente calificadas de músicos, bailarines, artistas plásticos y de las artes escénicas.
En aquellas reuniones quedó establecido un permanente y fluido canal de comunicación entre el liderazgo político y el movimiento artístico e intelectual.
Lúcidamente, el escritor Ambrosio Fornet ha reflexionado: “Lo que dijo (Fidel) fue que todos pertenecemos a un solo movimiento que llamamos Revolución Cubana, un movimiento de transformaciones. Y la pregunta que nos hizo a los intelectuales y artistas, fue: ¿Cómo van a participar en este proceso? ¿Qué tienen ustedes que aportar a este proceso? Dejó una respuesta para cada uno y, al mismo tiempo, una para la actividad práctica, para la función real; no atendiendo a las preferencias, sino al modo de insertar el debate cultural en función de un proceso de transformaciones”.
Al definir inequívocamente que “la Revolución significa precisamente más cultura y más arte”, el Comandante en Jefe sellaba el compromiso de la vanguardia política con una dimensión inalienable del desarrollo. Quien entonces proclamó “vamos a echar una guerra contra la incultura, vamos a librar una batalla contra la incultura, vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura”, fue el mismo que muchos años después, en medio de las penurias y la tenaz resistencia de los años 90, afirmó: “La cultura es lo primero que hay que salvar”.
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