Olvidadizos

Es muy lamentable que algunas personas, con toda intención, traten de evadir el pasado de horror que vivió Cuba hasta el triunfo de la Revolución en 1959.

¿Qué pretenden? Es simple: echar un manto sobre la podredumbre para que nadie la conozca, lo que les posibilita insistir solamente en nuestra difícil situación económica, causada en lo fundamental por el cerco económico de los yanquis. Y, obviamente, se omiten cínicamente los fabulosos logros de la revolución.

Hasta el año 1958 éramos una república de mentiritas, algo parecido a lo que aún es nuestro hermano Puerto Rico; nacimos con un puñal en el cuello, de tal manera que si hacíamos algún movimiento en falso se enterraba mortalmente; era la tristemente célebre Enmienda Platt, o dicho en otras palabras, “tienen que hacer lo que yo diga, y si no lo hacen los aplasto por no querer recibir las bondades de nuestro sistema democrático”.

Por otra parte, ni una sola mención a los héroes y mártires que vencieron a machete limpio al odioso opresor español, de tal manera que apareciera el yanqui como el salvador y protagonista de glorias ajenas.

A partir de entonces se desvirtuaba groseramente a figuras sagradas: El inmenso Maceo no era más que un mulato indisciplinado y Martí únicamente poeta y pensador, por solo citar dos ejemplos entre cientos.

Pero al llegar la Revolución Cubana los enemigos de la patria, apoyados por grandes medios de comunicación de los gringos, hablaban insistentemente de “los forajidos, delincuentes y revoltosos de la Sierra Maestra, un grupito que ansiaba destruir los poderes constitucionales del país”.

Se trataba de los mismos que integraron la epopeya de la insurrección cubana contra tanta afrenta, maldad y sufrimiento que padeció al pueblo cubano. No es posible mencionar cientos de ejemplos que corroboran lo dicho, pero sí, al menos, una brevísima muestra: presencia común de la mendicidad; los asesinos y torturadores; el analfabetismo; la politiquería, el tiempo muerto en nuestros campos, el casi nulo acceso a los servicios de salud, la muy pobre existencia de instituciones científicas; y un enorme rosario de gravísimos problemas que no caben en dos cuartillas.

Lleguemos a una conclusión: olvidar el pasado es comprometer el presente y el futuro. Es, además, una manera de servir en bandeja de plata a los opresores de antes y de ahora;  y también resignarse a vivir de rodillas ante el amo que nos desprecia.  

Por tanto, no olvidemos jamás y mucho menos descansar en la lucha y la denuncia.  Tengamos siempre presente que: “Los pueblos que se cansan de defenderse llegan a halar, como las bestias, el carro de sus amos”, como dijo nuestro José Martí.

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