Un monumento erigido a la esperanza

Lo supo Martí, con ese pensamiento cuyo alcance trascendió barreras temporales: era imprescindible liberar a Cuba, para contener el avance imperialista sobre los pueblos de América. Esa seguridad martiana perduró, y devino esperanza certera, sueño latente, ineludible responsabilidad. Aquellos que le siguieron en ideales, voluntad de acción y sacrificios incalculables por la Patria, también lo comprendieron y, en consecuencia, han obrado desde aquel día glorioso de 1959. Lo cierto es que, con el mérito de haber levantado una Revolución en las narices de aquellos cuya prepotencia les hace creer que, por ley divina, están predestinados a poseer lo que llaman su patio trasero, Cuba logró dos cosas esenciales: primero, demostrarles que todo el poderío económico y militar existente sobre la faz de la Tierra no puede contra la decisión de los pueblos de ser libres, de cambiar para bien el curso de su historia. Segundo: que estas lastimadas tierras de América tienen suficiente valía como para asumir el derecho de negarse al yugo, y alzar orgullosas su propia estrella. Sin embargo, el mérito de este archipiélago va mucho más allá, y quizá el término para acuñar nuestro legado, ya imperecedero para el mundo, sea, sin lugar a duda: resistencia. No solo decidimos apostar por un sistema social alternativo, humano, sino que contra todos los pronósticos de aquellos que tantas veces han puesto fechas de declive a nuestra obra, aquí estamos, batallando sin descanso contra las tempestades que nos impone nuestra digna rebeldía, y enfrascados como nunca antes en la sostenibilidad, el perfeccionamiento y la continuidad de este coloso de ideales y justicia que es la Revolución Cubana. Pero quien, como nosotros, se gana el derecho de portar una antorcha libertaria, asume con él la enorme responsabilidad de iluminar desde su ejemplo los senderos que el capitalismo neoliberal ha oscurecido; para …

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Campaña de Las Villas: un río de bravura

La Columna Invasora No. 8 Ciro Redondo llegaba al lomerío del Escambray tras largas y agotadoras jornadas. Era el 16 de octubre de 1958. Apenas unos días después, el 27 de octubre, el Che Guevara, en su condición de jefe político-militar de Las Villas, atacaba y tomaba el cuartel de Güinía de Miranda, preludio de la posterior y electrizante campaña militar que culminaría el 1.o de enero de 1959 con la rendición incondi­cional del Regimiento No. 3 Leoncio Vidal y el triunfo de la Revolución Cubana. Como «un río de bravura» calificó la Campaña de Las Villas el poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, la cual, en apenas días, logró descender al llano e ir tomando pueblo a pueblo hasta alcanzar la victoria decisiva en la Batalla de Santa Clara y contribuir —junto a Camilo Cienfuegos en el Frente Norte, y el Comandante en Jefe, Fidel Castro, en Oriente— a asestarle el golpe mortal a la dictadura de Fulgencio Batista: «Como un río de bravura/descendió del lo­merío/y así, como un bravo río, atravesó la llanura». Ardua resultó la hazaña desde el punto de vista militar, con combates victoriosos, y también desde la perspectiva política; mucho influyó la labor unitaria del Che y las fuerzas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, encabezado por el comandante Faure Chomón Mediavilla, con los representantes del M-26-7, con el comandante Víctor Bordón Machado al frente, y el Partido Socialista Popular, dirigido en la provincia por Ar­naldo Milián Castro. Un ingente trabajo en pos de la unidad que tuvo un momento significativo con la firma del Pacto del Pedrero, el 1.o de diciembre de 1958; no obstante, no pudo lograrse acuerdo alguno con la gente del denominado II Frente Nacional del Escambray, liderado por el comandante Eloy Gu­tiérrez Menoyo, ya que mantuvieron una política divisionista y fueron …

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