Hay tanto de épico en el andar fecundo de la Revolución Cubana –en sus ya casi 65 años de bregar a contracorriente de los poderes hegemónicos imperantes en el mundo–, que su historia cierta parece trascender todos los límites de lo posible.
Por: Mailenys Oliva Ferrales
Sin embargo, no hay misterio en esa fuerza descomunal que tiene la Mayor de las Antillas para vencer hasta lo imposible. Se trata, más bien, de las esencias de una nación que, a lo largo de sus más de seis décadas de existencia (bajo la conducción de Fidel, luego de Raúl y hoy de Díaz-Canel), ha tenido que fraguarse siempre desde la trinchera, aun en tiempos de paz.
Eso es lo que frustra a los enemigos de nuestra soberanía e independencia: esa capacidad titánica de un pueblo en Revolución de fundar, crecer y resistir ante cualquier contienda, por duros que sean los tiempos.
Y es que la Revolución cubana emergió de su pueblo y para su pueblo. Basta con recordar que tras la alborada luminosa del 1ro. de enero de 1959, por vez primera los campesinos pudieron cultivar sus tierras sin ataduras ni miedos; los trabajadores se emanciparon verdaderamente, junto a la nacionalización de industrias y servicios; y el derecho a aprender a leer y a escribir dejó de ser un privilegio de una minoría para convertirse en una campaña nacional que borró el analfabetismo de todos los rincones de la Isla.
Con la Revolución nació también el acceso popular a la cultura y al deporte, se concibió la atención médica como un programa cardinal del país, se dignificó a la mujer, se fundó lo bello sobre las huellas del dolor causadas por siglos de dominación, y se enarboló la justicia social como un baluarte de la Cuba socialista, que luego devino en referente insoslayable para los pueblos pobres de América Latina y de otras regiones del mundo.
Pero en ese empeño por cumplir el sueño martiano de una patria «con todos y para el bien de todos», nada ha sido fácil. Bajo el asedio constante de un bloqueo criminal y arbitrario –con el que han pretendido privarnos hasta del oxígeno para respirar– se ha escrito la heroicidad de una nación que no se ha amilanado nunca ante los actos terroristas, las guerras biológicas, los planes subversivos o las campañas mediáticas para destruirla.
La misma nación que ha tenido en la unidad de su pueblo un bastión inexpugnable de lucha y resistencia. Solo así se puede entender la grandeza de un país pequeño que en Girón defendió, con sangre y fuego, la libertad conquistada con el triunfo revolucionario; y luego ha seguido cosechando victorias más allá del terreno militar.
Esa es la Revolución cubana, que –no exenta de errores, y perfectible aún– rescató para la historia al niño Elián, devolvió a la patria a sus cinco héroes, y frente a una pandemia descomunal fue capaz de desarrollar sus propias vacunas salvadoras.
Esa es la Isla de verde olivo que, además de enfrentar, estoicamente, huracanes, amenazas y privaciones externas, ha sabido hermanar pueblos desde la solidaridad, y hacer suyas otras causas independentistas.
Por ello, cuando se escriba la historia del presente, habrá que nombrar no solo a la Isla antillana, que ha desafiado por más de medio siglo al imperialismo en sus propias narices; sino también a la valiosa colaboración internacional de su ejército de batas blancas, cuyos galenos han llegado a salvar vidas a donde otros no han querido hacerlo por la magnitud de los desastres o el peligro real causado por las guerras y enfermedades tan contagiosas como el ébola o la COVID-19.
No obstante, a pesar de ser un ejemplo de resistencia y de solidaridad ante el mundo, la Revolución también enfrenta desafíos ineludibles que gravitan sobre la sociedad cubana, en medio de un contexto complejo provocado por las carencias económicas y materiales, la migración y la guerra no convencional que se financia desde Estados Unidos por los enfermos de odio que pretenden socavar la historia de estos 65 años de soberanía.
No hay, por tanto, otra alternativa que ser fieles a nuestros principios y a la libertad que tanta sangre ha costado a este pueblo, cuyas raíces identitarias se nutren de la estirpe de Céspedes, Maceo, Mariana, Martí, Villena, Frank, Celia, Haydee, Vilma, Melba, el Che y Camilo, entre otros.
En esa convicción irrevocable se afianza la certeza legada por el líder histórico de la Revolución Cubana Fidel, cuando expresó: «La Revolución ha despertado el sentido moral del pueblo; la Revolución ha despertado la solidaridad humana en los hombres y mujeres de nuestro pueblo; (…) la Revolución ha recogido lo mejor de la nación; (…) la Revolución ha redimido».
Es por ello que defenderla significa defendernos a nosotros mismos como nación y como pueblo.