A quien no quiere radio…se le dan tres tazas

La radio, ¡ah, la radio! La humilde, la imbatible. Os voy a referir tres historias. Dicen que la radio se va, que se esfuma… Yo digo que se queda dentro. Resguardada, como una flama. Allí, entre las cosas que nadie puede tocar, que nadie puede apagar. Dicen que es pequeña, como si eso fuera menoscabo; que es hermana menor. Yo digo que la radio no cesa de crecer, de demostrar su estatura. Dicen que es la gran pantalla, que es la imaginación. Yo digo que llevan razón, toda la razón del mundo. La gran pantalla Ya lo he dicho, lo he contado, pero solo la mitad. Cuando al filo del mediodía, Radio Progreso anunciaba Alegrías de sobremesa, allá iba mi abuela, indefectiblemente: “Oye, ya están dando Paco y Rita”. Era sinónimo de que debía ir a la mesa sin dilación, y minutos después, emprender rumbo a la escuela. “Era la voz. Era el guión de Luberta, los efectos, la actuación. Eso bastaba para levantar un edificio”. Por esos caminos, flotando en el aire, me iba con la sonrisa de Estelvina, con la picardía del tío Simeón, con la pena de Alejito, con las palabras de Idalberto Delgado y de Marta Jiménez Oropesa, con el sombrero de Melecio y con Teté, siempre enterada de todo. Pasaron algunos años, la familia de Alegrías… tuvo sus tristezas, como toda familia. Un día decidí que no podía esperar más, ni un minuto más, y me fui a La Habana y entré al teatro. Me senté en la última fila. Y aquellas paredes que yo había levantado, aquellos colores que les había puesto, aquellas escaleras, no existían. Era la voz. Era el guión de Luberta, los efectos, la actuación. Eso bastaba para levantar un edificio. Al salir, caminé toda Infanta, tuve que hacerlo. Me fui en silencio, me fui grande, …

A quien no quiere radio…se le dan tres tazas Leer más